Habían pasado casi dos meses y Diluc y el niño extranjero se habían hecho inseparables. Capitán seguía sin decir una palabra, pero se comunicaban perfectamente, sobre todo, porque el niño extranjero solo seguía los pasos de Diluc, como si de un perrito faldero se tratara. Solo cuando Diluc pensaba en alguna forma de meterse en problemas, Capitán intentaba disuadirlo, a veces sin éxito. Así sucedió el día que a Diluc se le antojó acercarse al río. No estaba lejos del viñedo, pero Crepus se lo tenía prohibido.
Diluc se agachó tras una hilera de vides para que James, el escolta que siempre lo seguía, no lo viera lanzar una piedra a unos matorrales. Cuando el escolta miró hacia el lugar, fijando la vista para asegurarse de que no había nada ni nadie peligroso, Diluc agarró a Capitán por el brazo y lo arrastró con él tras unas rocas. Luego, esperó a que James, con la cara desencajada por la desaparición repentina de los niños, fuera a buscarlos. En cuanto estuvieron fuera de su vista, Diluc salió de su escondite y se dirigió decidido hacia el río, pero Capitán lo agarró de la camisa y lo detuvo. Cuando Diluc lo miró, el niño solo negó con la cabeza. Su ojo descubierto mostraba auténtica preocupación, pero aquello no era nuevo para Diluc, y no hizo caso.
—Volveremos enseguida —le aseguró—. Es aburrido jugar siempre en el viñedo.
Capitán lo siguió, echando un último vistazo a la casa antes de alejarse de esta.
En cuanto llegaron al río, Diluc se quitó los zapatos y se remangó los pantalones antes de meter los pies en el agua.
—¡Qué fría! —gritó, y salió corriendo hacia Capitán, riendo a carcajadas. Lo agarró del brazo y lo empujó hacia la orilla—. Vamos, mete los pies.
Capitán se resistió, y finalmente Diluc lo dejó estar.
—Está bien… ¿Qué tal esto? —Se agachó a coger varias piedras pequeñas y lisas y le dio algunas a su amigo—. ¿Alguna vez las has hecho saltar en el agua?
El niño negó y observó la demostración de su amigo. Luego lo intentó él, pero todas se hundieron en el agua, provocando así la risa de Diluc.
Estuvieron un buen rato jugando a aquello, Diluc enseñando a Capitán, y Capitán fallando una y otra vez.
—¿Cómo se te puede dar tan mal? No es difícil —rio Diluc lanzando una nueva piedra, que rebotó varias veces antes de hundirse.
Capitán solo hizo una mueca, molesto, y decidió retirarse. Gracias a eso, pudo ver a un slime de agua acercarse peligrosamente a Diluc y saltar sobre él.
—¡¡Cuidado!! —gritó a la vez que empujaba a su amigo.
Ambos rodaron por el suelo y Diluc lo miró sorprendido. No solo porque le hubiera salvado la vida, sino porque era la primera vez que lo escuchaba hablar. Capitán se levantó primero y descubrió que ese slime no estaba solo. Dos más de su tamaño y otro mucho mayor lo acompañaban. Diluc se levantó tras él y, al ver el peligro, se colocó frente a su amigo y sacó la espada corta que siempre llevaba con él.
No tenían escapatoria. Tras ellos solo había agua, y los slimes les cortaban el paso por tierra. Diluc alzó su espada. Entrenaba a diario desde hacía un tiempo, pero nunca se había enfrentado a un enemigo real, ni siquiera a uno tan débil como un slime.
Capitán se fijó en su amigo y en sus brazos temblorosos. Diluc agarró con más fuerza la espada y apretó la mandíbula dispuesto a atacar, pero Capitán se lo impidió. Le quitó la espada de las manos y se lanzó a por el slime más cercano.
Diluc no parpadeó mientras su amigo bailaba con la espada, porque eso le pareció: una danza hermosa y precisa. Capitán sujetaba la empuñadura con una sola mano, y solo la agarró con ambas cuando dio la estocada final, haciendo que el slime explotara. El agua del enemigo empapó a Capitán por completo, pero no se inmutó. En cuanto terminó con el primero, fue a por el siguiente.
Sus pies se deslizaban por la arena, apenas rozándola, escapando del slime con movimientos elegantes. Cuando lo hizo estallar, se dio cuenta de que los otros dos slimes estaban muy cerca de Diluc. Fue a atacar al mayor, pero el pequeño le cortó el paso. No tenía tiempo para terminar con él. El mayor se disponía a saltar sobre un indefenso Diluc. Entonces una flecha lo atravesó, y el slime mayor estalló sobre la cabeza de Diluc, que quedó totalmente empapado. Capitán no se detuvo a mirar hacia atrás para ver a su salvador. Se centró en el slime que tenía al frente y acabó con él en dos movimientos impecables.
James se acercó a ellos, arco en mano y enfadado. Se agachó para recoger los zapatos de Diluc y le golpeó el pecho con ellos antes de soltarlos. Diluc gimió y agachó la vista.
El escolta no tuvo que decir una palabra para que Diluc lo siguiera, pero sí se detuvo a mirar a Capitán, que le sostuvo la mirada. Parecía saber la razón por la que aquel adulto lo miraba como si no tuviera idea de quién era.
—¡Cómo se os ocurre! —bramó Crepus. Los niños, empapados, se encontraban frente a él en su despacho. James se mantenía junto a la puerta.
—Lo siento, pa-… —empezó a decir Diluc.
—¡Silencio! —volvió a gritar su padre—. ¡Me habéis desobedecido! Os dije claramente que no salierais del viñedo.
Los dos pequeños bajaron la vista mientras Crepus los reprendía. Diluc miró a Capitán de reojo. Quería decirle a su padre que su amigo no había hecho nada, que había intentando disuadirlo y que no le había hecho caso, pero Crepus estaba demasiado enfadado y no le habría permitido hablar.
—Estáis castigados. ¡Los dos! —sentenció—. Ahora id a bañaros y encerraos en vuestros cuartos hasta que yo lo diga. ¡Adelinde! —gritó, y la criada abrió la puerta—. Llévatelos.
—Sí, señor. —Adelinde obedeció y cerró la puerta tras su paso.
—¡¿Cómo has podido perderlos de vista?! —Crepus ahora reprendía al escolta—. ¡Solo tenías que vigilarlos!
James se acercó a la mesa y se inclinó ante su jefe.
—No tengo excusa, señor —dijo el escolta—. Su hijo ha estado a punto de morir y asumo toda la responsabilidad. Aceptaré cualquier castigo que me imponga.
—Me sirves desde hace años. —Crepus se acercó a él y lo miró a los ojos—. Es la primera vez que me fallas. Seguro que sí hay una excusa.
James dudó antes de responder.
—Escuché un ruido entre los arbustos. Solo desvié la vista un momento, pero cuando volví a mirar, los niños ya no estaban.
Crepus asintió y se quedó pensativo unos segundos.
—Retírate.
—¿Señor? ¿Es que no va a castigarme?
—Ya te estás castigando suficiente —respondió Crepus—. La próxima vez no dejarás que un ruido te distraiga.
James, sorprendido por la decisión de su jefe, no se movió del sitio.
—He dicho que puedes retirarte —insistió Crepus.
—Señor…, hay algo más que debería saber.
—¿El qué?
—Ese niño… No creo que sea un niño normal.
—¿A qué te refieres?
—Cuando llegué, él ya había acabado con dos slimes menores.
—¿Y qué? Los slimes menores son débiles. Seguramente habrá entrenado desde muy pequeño. No es tan raro.
—Señor, no es solo porque haya podido acabar con ellos, sino por cómo lo ha hecho.
—¿No ha sido con la espada de mi hijo?
—Sí, pero ese niño… —se detuvo, como si no supiera cómo explicar lo que había visto.
—Suéltalo ya.
—Nunca he visto esa técnica de espada, señor.
—Pensaba que las conocías todas.
—Yo también lo creía. Y no es solo la técnica. El niño se movía con precisión, como si la espada fuera una extensión más de su cuerpo.
—Solo tiene ocho años…
—¿Está seguro de que no debería entregárselo al Gran Maestro, señor? —dijo bajando la voz. Sabía que aquel tema era delicado y no quería recibir otra nueva reprimenda.
—Ha protegido a Diluc, ¿verdad?
—Sí, señor, pero…
—No es ninguna amenaza. Ahora, retírate.
Adelinde avisó a su señor de que los niños ya estaban bañados y en sus respectivas habitaciones, así que Crepus dejó su despacho y fue a verlos.
Primero entró en el cuarto de su hijo, que estaba sentado en la cama observando una foto de familia. Su padre junto a su madre, y ella sosteniendo a un Diluc bebé en brazos. Al contrario que ellos, su madre tenía el pelo rubio.
—Seguro que la has tenido muy preocupada hoy —le dijo, sacando a Diluc de sus pensamientos.
—Lo siento mucho, padre —dejó la foto a un lado y lo miró esperando una nueva regañina. Pero Crepus ya se había calmado. Se acercó a la cama y se sentó junto a él antes de ponerle la mano sobre la cabeza. Diluc se encogió.
—Sé que solo eres un niño, pero debes empezar a pensar en las consecuencias que podrían tener tus actos. Hoy has estado a punto de morir. No solo tú, también Capitán.
Diluc agachó la cabeza.
—¿Por qué no puedo ser como los demás niños?
—Es complicado…
—Mamá murió por pertenecer a esta familia, ¿verdad?
—¿Por qué dices eso? —se sorprendió Crepus.
—Siempre dices que debo ser precavido por ser un Ragnvindr. ¿Por qué tenemos tantos enemigos?
—También tenemos muchos amigos. Pero debes entender que, en tiempos de guerra, las familias más poderosas siempre están en el punto de mira.
—Pero no hemos hecho nada malo, ¿no?
—Eso no les importa, Diluc. —Lo agarró del hombro y lo miró a los ojos—. Aún eres muy pequeño para preocuparte por esas cosas, pero eres lo suficiente mayor como evitar ponerte a ti y a otros en peligro, ¿verdad?
Diluc asintió.
—Padre… —dijo cuando Crepus se dirigía a la puerta—. No despedirás a James, ¿verdad?
—¿Qué crees que debería hacer? —preguntó con tono jocoso. Algo le decía que Diluc había tenido algo que ver con que el escolta los hubiera perdido de vista.
—Yo lo distraje para poder escaparme…
—Así que fuiste capaz de despistar a un escolta perfectamente preparado.
Diluc lo miró y enseguida se sonrojó.
—También convencí a Capitán de que me siguiera. Él no quería.
—Espero que seas capaz de utilizar esas habilidades contra los enemigos en vez de contra los amigos.
—Sí, padre —agachó la cabeza.
Crepus llamó a la puerta de Capitán antes de abrirla. Este parecía estar esperándolo, no solo por estar de pie junto a el escritorio, sino por la mirada que le dirigía, como si estuviera preparado para enfrentarse a un enemigo. A Crepus le recorrió un escalofrío por la espalda. Era la primera vez que veía aquella mirada en su rostro.
—¿Ocurre algo? —preguntó con cuidado, pero Capitán seguía sin decir una palabra—. No tienes por qué estar asustado. Sé que antes me he alterado un poco, pero me habéis preocupado mucho. Podríais haber muerto.
Crepus se acercó a él despacio. Capitán lo seguía con su único ojo visible, sin pestañear.
—He venido a agradecerte que protegieras a Diluc —continuó—. Según él, intentaste disuadirlo.
Aquellas palabras parecieron tranquilizar a Capitán, que dejó de apretar los puños.
—James me ha contado lo bien que has luchado. —El niño volvió a tensarse—. Parece que te enseñaron una técnica sorprendente. ¿Es posible que vengas del sur?
Capitán no habló ni hizo ningún movimiento. Seguía mirando a Crepus con atención, como si de un momento a otro fuera a lanzarse contra él.
—¿De qué tienes tanto miedo? —Se acercó a él con precaución y lo agarró de los hombros suavemente mientras se arrodillaba para quedar a su altura—. Aquí estás a salvo. Te prometo que nadie va a hacerte ningún daño.
Crepus se preguntó si aquel niño habría conocido alguna vez el amor de una familia. Le acarició el pelo azul con una mano y lo abrazó. Capitán temblaba contra su pecho, pero no le devolvió el abrazo.
Cuando Crepus se apartó, se le partió el corazón al ver las lágrimas del pequeño empapando el lado izquierdo de su rostro, así como el parche que nunca se quitaba.
Diluc se escabulló de su habitación en mitad de la noche. No había podido hablar con Capitán desde que volvieron del río. Habían cenado juntos, pero su padre los había enviado a su habitación en cuanto terminaron, y les prohibió terminantemente salir.
Se acercó a la cama de Capitán en silencio, pero una tabla crujió bajo sus pies y Capitán se incorporó alertado. Diluc le dedicó una sonrisa traviesa.
—¿Dormías?
Capitán negó con la cabeza. Diluc apartó las mantas y se metió en la cama junto a él. Capitán intentó impedírselo, pero no lo consiguió.
—Si quieres que me vaya, vas a tener que pedírmelo con palabras —lo miró desafiante. Capitán solo le sostuvo la mirada un segundo antes de gruñir y darse la vuelta. Diluc hizo un mohín y empezó a zarandear a su amigo—. ¿Por qué no quieres hablar conmigo? Antes lo has hecho. ¿Es que no sabes hablar bien nuestro idioma y por eso lo escondes? Si no hablas no vas a aprenderlo. —Continuó insistiendo hasta que Capitán se dio la vuelta, molesto.
—Sé hablar tu idioma perfectamente.
Diluc mostró la sonrisa orgullosa que siempre ponía cuando ganaba a algún juego.
—¿Cómo te llamas? —fue lo primero que quiso saber.
—Kaeya —respondió ruborizándose.
—Kaeya… Es bonito —sonrió Diluc, y el niño se ruborizó aún más.
—¿Por qué llevas ese parche? ¿Tienes algún problema en el ojo?
Kaeya no parecía dispuesto a dar más información sobre él mismo, porque volvió a girarse y no abrió la boca. Diluc no quiso molestarlo más. Tendría mucho tiempo para hacerlo. No obstante, sí que deseaba decirle algo antes de dormir:
—Siento haberte metido en problemas. Prometo no volver a hacerlo.
Volvió a hacerlo. En muchas ocasiones.
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