Al llegar a casa, lo único que logró alegrar a Bruno fueron los diez mensajes de @kaisen12. Aunque no tenían nada de romántico, se conformaba con ser extrañado por aquel chico desconocido. Esa noche habló con él mientras jugaban Dark Paradise y le contó una versión distorsionada de lo que había sido su primer día de clases.
Omitió muchos detalles, pero sí mencionó que había un chico muy molesto que, sin razón aparente, ahora lo odiaba, y que no quería volver a verlo al día siguiente.
—@kaisen12:
Ojalá pudiera estar ahí para ayudarte…
aunque no lo creas, soy fuerte.
—@bear03:
¡Oh, vamos! Eres un niño rata.
Y otaku.
Seguro debes ser un debilucho.
—@kaisen12:
¡¡Hablo en serio!!
Mis puños podrían noquear a ese idiota que te molesta.
Osito…
—@bear03:
Desearía verte…
—@kaisen12:
¿Por qué? ¿Estás enamorado de mí?
Bruno sabía que estaba bromeando, pero aun así se quedó paralizado sin poder responder de inmediato. ¿Cómo podía admitir que le gustaba cuando ni siquiera le había visto la cara? Además, ni siquiera conocía la orientación sexual del “otaku”. Sí, el chico se mostraba coqueto con él, pero eso no significaba nada.
—@kaisen12:
¿¿¿Osito???
Sé que sigues en línea, no te enojes conmigo.
Sabes que era una broma.
Jajajajaja.
No creo que seas…
—@bear03:
OTAKUUUU
Debo irme, mi madre me descubrió.
Lo siento, buenas noches.
Bruno suspiró y cerró el chat. No quería seguir leyendo ni mucho menos escucharlo. No esperaba ser amado por alguien que nunca lo había visto, pero le rompería el corazón si justo esa persona resultaba ser homofóbica.
De todos modos, en cuanto terminó la conversación, se metió en la cama con la intención de dormir, aunque no pudo evitar pensar en lo que había ocurrido en su primer día de clases, sobre todo en el hecho de haber descubierto la existencia de Iván.
Los días siguientes no fueron muy distintos. Bruno había cambiado por completo su rutina: pasó de ser el chico reservado a convertirse en el blanco de Iván los siete días de la semana. Pero lo peor no era eso, sino que, a medida que Iván lo molestaba, Bruno empezaba a sentirse cada vez más intrigado por él.
Lo odiaba por ser condenadamente guapo y aún no lograba entender cómo Garam había terminado con él. Aunque, claro, a pesar de ser atractivo, seguía siendo un imbécil, y Bruno estaba a punto de descubrir el nivel de su idiotez.
¿Pero quién era realmente Iván?
—Dios, realmente me tiene harto —se quejó, sosteniendo su bandeja de almuerzo.
Lo único que lo mantenía contento era la hora de la comida, sobre todo los jueves, cuando el buffet de la universidad ofrecía bollos de arroz rellenos de queso, acompañados de tiras de carne asada con un mix de verduras. Eran sus favoritos.
—Lamentamos no poder hacer mucho, Bru —murmuró Camilo, preocupado, incluso sintiendo lástima por su mejor amigo.
—¿Dónde está Sebastián?
—Creo que dijo que iría al baño primero.
—Claro, es verdad… —Bruno cerró los ojos en cuanto sintió una mano desordenando su cabello. Tomó aire, intentando mantener la calma antes de clavar sus cubiertos en el idiota que se había atrevido a despeinarlo.
Reconocía ese perfume. Ese estúpido perfume. Solo Iván usaba Tom Ford.
—Ups, lo siento, te confundí con una amiga… —dijo en tono burlón, enfatizando la última palabra solo para fastidiarlo.
—Camilo, ¿puedes guiarme hasta la mesa? —preguntó, aún con los ojos cerrados, y dejó que su amigo lo tomara del brazo—. No quiero ver nada feo y repugnante antes de comer. Me haría vomitar.
Sabía que a Iván le hervía la sangre cada vez que insinuaba que era feo, así que no pudo evitar sonreír levemente.
—Sí, sí, lo siento —dijo Camilo, inclinando la cabeza en señal de disculpa hacia Iván mientras se llevaba a Bruno lo más rápido posible, antes de que reaccionara y quisiera devolverle la agresión en medio del comedor.
Iván se quedó mirando sus espaldas, sin poder creer que Bruno realmente lo había llamado feo. Involuntariamente, una sonrisa ladeada apareció en su rostro.
—Esto será divertido…
—Te dije que dejaras de meterte en problemas. ¿Quieres quedarte fuera de competencia este año? —lo regañó Mauro, llevándolo a la mesa que usualmente compartían con Elías y Jay.
Iván suspiró y trató de ignorar la mirada burlona de su amigo de cabeza rapada. La sonrisa de Jay lo estaba irritando más de lo que ya estaba. Sabía exactamente lo que su amigo iba a decir. Lo conocía demasiado bien como para no leer sus sucios pensamientos. Jay tenía una apariencia más intimidante, entre piercing en el rostro y tatuajes que adornaban sus brazos, nadie creería que una persona como el tendría debilidad por “las personas lindas”.
El rubio sabía que Jay le entraba a todo mientras cumpla sus estándares y aunque detestaba admitirlo, reconocía que el idiota de Bruno era lindo, tan perfecto que le hacía odiarlo aún más. No encontraba ninguna imperfección en su rostro. Pero, aunque sabía que Jay tenia ciertas preferencias, odiaba a las personas como Bruno. Demasiado andrógino. Todo su cuerpo gritaba que era homosexual. Mas odio le generaba que alguien así mágicamente ahora estuviera de novio con una chica, y que esa tonta sea Garam.
Aun así, Iván no dejaba de observarlo y admirar el cabello castaño natural de Bruno, tan suave al tacto como parecía a simple vista. Estaba libre de tintes y sucios químicos. Él podría haber dicho que ese era su mejor atributo, pero mentiría. Porque su perfil, su expresión, todo en él era sencillamente perfecto. Estaba seguro de que, si le tomaba una foto desprevenido, se vería bien desde cualquier ángulo. Su aura de nerd friki arruinaba todo. Era lo que lo hacía pasar desapercibido.
Jay paso su brazo por los hombros de Iván y antes de que pudiera abrir la boca…
—Guarda tus comentarios —advirtió.
—¿Qué? ¡No he dicho nada! —exclamó Jay, riendo con ironía—. Pero… ese Bruno, es el mismo…
—Parece que sí.
—¿Pero no era maricón? Bueno, parece que todos tienen salvación, como tú —se burló besando la mejilla de su amigo. Iván lo empujo casi de inmediato. Estaba rojo de la ira por el comentario fuera de lugar de Jay, pero no podía a odiar a su amigo de toda la vida.
—Jay, por favor —le advirtió Mauro.
—Oh vamos, solo hice un chistecito.
Iván rodó los ojos sin darle más cuerda al asunto, y se dedicó a comer mientras veía llegar a Elías con una expresión indescifrable. No iba a preguntarle que le pasaba, lo conocía lo suficiente para saber que no obtendría una respuesta.
En la otra mesa, el único que permanecía en silencio, observando todo, era Tomás. El resto hablaba al mismo tiempo, haciendo tanto bullicio que sus voces se superponían unas con otras. Camilo y su hermana discutían sobre algo que solo ellos dos entendían, mientras que Garam le daba instrucciones a Bruno sobre cómo ser un buen novio falso. Sebastián se había unido a la conversación para reforzar la credibilidad de aquella relación. Era evidente que solo los miembros de esa mesa conocían la verdad sobre los primos.
—Si voy a ser la víctima de tu exnovio, mínimo necesito que me cuentes más sobre él —mencionó Bruno.
No podía mentirse a sí mismo: le interesaba saber más sobre el chico que ahora lo odiaba. Sin embargo, no sabía cómo expresarlo sin que los demás pensaran que se sentía atraído por él. Sebastián le clavó la mirada, como si pudiera leerle los pensamientos. Bruno, de inmediato, fingió demencia para no ser descubierto por su amigo.
Entonces, supo que Iván era el miembro más popular del club de atletismo. Se dedicaba al salto en alto y corría la posta junto a otros tres atletas. No era el más rápido ni el más talentoso, pero tenía un atractivo que hacía que todos quisieran estar cerca de él. Sin embargo, a Iván no le interesaba hacer más amistades de las que ya tenía. Al parecer, era un introvertido que se comportaba como extrovertido para sobrevivir.
Bruno, en parte, pudo empatizar con él… pero quería más. Necesitaba saber qué más guardaba.
—¿Por qué es el líder del grupo si no es el mejor?
—No lo sé… Supongo que Mauro y Elías, que son los más rápidos, lo respetan mucho —respondió su prima.
Sebastián hizo un gesto como si fuera a vomitar al escuchar el nombre de Elías.
—¡Oye! Iván será un idiota, pero el príncipe es hermoso y todo un caballero —se unió a la conversación Carla.
—Oh, niña, no sabes lo equivocada que estás —murmuró Sebastián por lo bajo. Su expresión de desagrado delataba el odio que sentía por Elías.
—¿Acaso lo conoces? —intervino Tomás, por primera vez en la conversación.
Bruno lo miró como un tonto enamorado, y un leve rubor decoró sus mejillas.
—Sí… No… No, quiero decir… Las apariencias pueden engañar —respondió Sebastián, nervioso, antes de cambiar de tema para desviar la atención.
Aunque en esa mesa veían al cuarteto de deportistas como un grupo de idiotas, había muchas cosas que desconocían sobre ellos. Iván no era solo el chico guapo de la universidad. Realmente cuidaba de sus amigos, y por eso se había ganado el puesto que tenía. Habían años de amistad que los unían.
Si bien Bruno le hacía perder los estribos, Iván solía ser una persona tranquila, que pensaba con la cabeza antes que con los puños. Más bien, el problemático siempre había sido Jay desde incluso la preparatoria. Los otros dos contaron con la suerte de conocerlo después. Por ejemplo, a Mauro, lo conocieron en el club de atletismo de su ciudad cuando casi estaban por graduarse. Este era el mejor amigo de Elías asique por consecuencia conocieron a este último ya ingresando a la universidad.
A pesar de las advertencias de sus amigos, Bruno no dejaba de observar a Iván durante las clases que compartían, y no precisamente con la mirada de alguien que odia a su enemigo. Seguía peleando con él todos los días, sin falta, pero algo dentro de él se alborotaba cada vez que Iván estaba cerca.
Tal vez su perfume no le parecía tan desagradable.
Iván no dejaba de comportarse como un niño, y aunque Bruno se mostraba molesto, en el fondo reía por sus ocurrencias. El deseo lo estaba cegando, al punto de minimizar el evidente acoso que recibía del atleta. Minimizaba el hecho de que le escondía sus pertenencias, dejaba pegamento vinílico en su asiento y lo despeinaba cada vez que tenía oportunidad.
Pero como si fuera poco también se encargaba de hacerlo tocar tierra cada vez que hacía comentarios homofóbicos hacia Bruno. No podía ocultar que le afectaban, era bastante evidente que le molestaba, no solo porque estuviera fuera de lugar, sino más bien porque el de verdad era un chico gay.
—¿Te maquillas? ¿Eres la amiga de Garam o su novio? —cuestionó Iván, sentado detrás de él, como todos los días.
Bruno rodo sus ojos y continuó aplicando el corrector de ojeras en la zona indicada.
—Cierra el pico, ¿quieres? —murmuró, intentando no llamar demasiado la atención de sus compañeros.
Hundió su dedo en su bálsamo ligeramente pigmentado y lo aplicó con cuidado sobre sus labios secos. La noche anterior había dormido poco por jugar con sus amigos, y su hábito de morderse los labios cuando perdía la paciencia los había dejado agrietados.
—Qué puto asco.
Aun así, Iván no dejaba de observar cómo Bruno deslizaba cuidadosamente su dedo sobre sus labios.
—Deja de mirarme si tanto te molesta.
—Lamentablemente, tengo que verte todos los días, marica.
—Este marica se folló a tu exnovia —escupió Bruno sin pensarlo demasiado.
El silencio incómodo que se hizo en el aula le erizó la piel. Iván estaba echando humo por las orejas. Su rostro, rojo de ira. Si no hubiera llegado el profesor en ese instante, probablemente habría sido el fin de la hermosa cabellera de Bruno.
Sin embargo, las cosas no quedaron ahí.
Ese día, Iván estuvo aterradoramente silencioso. No regresó a molestarlo, lo que le provocó a Bruno una extraña ansiedad. No sabía si esperar lo peor o sentirse aliviado por aquella repentina paz. Pero lo que más le inquietaba era que ni siquiera lo miraba.
Al terminar su última clase, se asustó cuando vio que su prima había ido a recogerlo. No tenía ganas de hacer una escena frente a Iván, pero, extrañamente, este pasó a su lado sin decir absolutamente nada.
Así que se fue con Garam, tomados de la mano. Tenía que acompañarla a casa para recibir unas cosas de su tía.
—Lamento todo esto, Bru… —susurró, soltando la mano de su primo cuando subieron al autobús.
—Está bien, sabes que igual te quiero —respondió, sentándose junto a ella en el asiento compartido—. Pero creo que tengo derecho a saber qué pasó entre ustedes.
—Creí que no te importaba.
—La verdad es que al inicio no —murmuró con sinceridad e intentó buscar las palabras correctas antes de continuar—. Pero después de todo lo que me ha hecho pasar este chico, me gustaría saber…
—Y lo sabrás pronto, dame tiempo… —le pidió mientras jugaba nerviosa con sus manos. Bruno entendió que no era sencillo para su prima y se sintió culpable por presionarla.
—Está bien, pero debes tenerme en consideración.
El resto del viaje transcurrió en silencio mientras compartían un extremo de los audífonos de Bruno para escuchar juntos la música de Taylor Swift. The Story of Us sonaba, y él se perdió en la melodía junto a sus pensamientos, hasta que no se dio cuenta de que ya debían bajar.
Si no hubiese sido por Garam, posiblemente habría terminado en la parada equivocada.
La visita no fue tan breve como Bruno esperaba; su tía lo retuvo al invitarlo a merendar con ella y su prima. Como era de esperarse, él no se iba a negar a la comida. La mujer solía cocinar las tartas dulces más deliciosas que él jamás hubiese probado en otra parte. Además, de alguna manera, se sentía más seguro con ella que con su madre. Rechazarle una merienda le llenaría de culpa.
—Nos vemos mañana en clases, Bru…
La forma en que Garam titubeó hizo que Bruno alzara una ceja, y se detuvo para esperar a que termine de hablar.
—¿Tienes algo que decir?
—No sabía cuándo decirlo, pero…
—¿Sí? —preguntó con cierta impaciencia.
—Bueno, necesito que tengamos una cita, ya sabes.
—Ah…
Bruno cruzó la puerta de la casa con su bolso colgando, sin saber cómo reaccionar ante el aviso. No podía procesarlo. No estaba preparado para llevar la mentira tan lejos o, mejor dicho, fuera del campus.
—Está bien, solo dime cuándo. Sabes que me gustan las cosas con tiempo.
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