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― ¡SOCORRO! ¿Hay alguien ahí? – dije mientras golpeaba la puerta.
― Calla de una puta vez. Nadie te va a oír aquí. Hasta que tu marido no pague el rescate te quedas aquí. Y si no paga hoy tal vez tendríamos que enviarle un dedo tuyo o algo así para que se apure – resonó su risa mientras se marchaba.
No pude vociferar nada más, ya que entre las lágrimas y los llantos me atragantaban. Mis manos estaban atadas con cinta aislante negra al igual que mis piernas. Me arrastré hasta una pared y me dejé caer sobre ella mientras observaba la estancia, no había nada. Levanté la vista para ver una minúscula ventana con barrotes donde entraba la luz del sol.
"Al menos aún es de día" me dije mientras intentaba recordar cómo había llegado aquí.
Me había levantado a la hora de siempre, había hecho lo típico de cada día... Cierto, cuando estaba tendiendo la ropa tuve una sensación rara y decidí entrar en casa, pero no llegué a la puerta, alguien me agarró y creo recibir un golpe, sí, después de eso, todo negro. Finalmente me despierto aquí. Sí, creo que fue así. Pero me pregunto qué estarán pidiendo de rescate, no tenemos dinero.
― Dirigimos un orfanato, no podemos permitirnos un rescate... – dije en vano – Los niños deben de estar preocupados. Me pregunto si se acordarán de recoger la ropa tendida, el tiempo decía que hoy iba a llover por la tarde. – me acorruqué en el suelo.
El tiempo pasaba y no tenía más forma de calcularlo que mirando como el sol abandonaba la sombría celda. "Tengo que escapar" me mentalicé. Busqué algo con lo que poder cortar las ataduras. No había nada, ni una piedra sobresalía de su sitio. La sala de cada vez estaba más oscura, entonces noté un aleteo proveniente de la ventana, algo entró. Se lanzó a mí e instintivamente me cubrí la cabeza. Un graznido y pude separar mis brazos. Me atreví a mirar, mis manos estaban libres y, después del segundo graznido, mis piernas también. Un cuervo esperaba en el suelo, sus garras brillaban, con ellas debió de cortar la cinta aislante. Me levanté y corrí a la puerta, cerrada, sería extraño que fuera lo contrario. Se oían gritos provenientes del pasillo, pero yo no podía ver nada ni tampoco salir.
― No me puedo creer que me hayas llamado para hacer esto, como se entere Master nos la vamos a cargar. – oía la voz de alguien acercándose – ¿Cómo que me has llamado porque soy el mejor para estas situaciones? Ahora no me vengas con cumplidos...
No parecían ser las personas que me secuestraron por lo que empecé a pedir ayuda. Cuando se abrió la puerta me encontré de frente con un médico de la peste, con su capa de plumas y su máscara picuda de cuervo, lo que me hizo retroceder por un momento. Aquel ser, persona o lo que fuese, se apartó para dejarme salir e indicarme hacia donde tenía que ir. Algo asustada, intenté fiarme, pero no quise perderle de vista por si acaso. Fue entonces que pude ver a su acompañante, alguien con máscara de mapache que se despedía de mí agitando su mano. Totalmente confusa avancé por el pasillo, donde me encontré con varios cuerpos en el suelo, simplemente por el olor, preferí ni pararme a mirar. Corrí casi sin saber hacia dónde iba, pero entonces volvió a aparecer aquel cuervo y me guio hasta la salida. El ave tenía la paciencia de esperarme cuando lo perdía de vista o me paraba un momento a recobrar el aliento. Por fin en la salida, respiré una bocanada de aire. Puede ver que me encontraba en una casa en ruinas perdida en medio de la nada. Miré a mi alrededor, no se veía rastros de civilización, pero vislumbré a los enmascarados allí fuera. Me asustaba más su apariencia que lo que hacían, en especial el médico de la peste, que siempre dejaba espacio entre él y yo. En cambio, el mapache era como más alegre y el único que hablaba.
― Mira, señora, le he conseguido transporte – dijo encendiendo los faros de un coche. – Ala, suba, que la llevo.
Yo no pude decir ni pío, por lo que me subí. El que iba de cuervo se quedó allí, sentía que lo conocía, pero debió ser mi imaginación.
El mapache me hizo bajar una calle antes del orfanato, por lo que caminé apresuradamente hacia casa donde me encontré a mi marido esperándome en la puerta. No pude evitar abalanzarme sobre él y llorar por haber podido volver. Él tampoco me quiso soltar, haciendo que ese abrazo durara hasta sentir como mi temperatura se igualaba a la suya.
― Menos mal que estas a salvo. Esa gente estaba tras los terrenos del orfanato. ¿Qué hubiera sido de los niños?
― ¿Para qué iban a querer los terrenos? – me pregunté desconcertada.
― Esta misma tarde me llegó otra carta diciendo que tuviera paciencia y que esperara frente a casa, ya que esta noche te rescatarían y mira, volviste.
Entramosdentro, los niños dormían y les ocultamos el secuestro. Al final no supimosquienes me habían rescatado ni la razón por la que lo hicieron. Días después,apareció en las noticias el lugar donde estuve secuestrada. El reportero decíaque era el cuartel de un grupo de extorsionadores que se estaban adueñandoilegalmente de varios terrenos para uso aún no identificado. Todos los delinterior habían sido asesinados y despojados de toda documentación.
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