Calilula voló hasta alcanzar una buena altura para sobrevolar pueblo. Todas las calles estaban desoladas, con cuerpos inertes tirados por las esquinas. Descendió y observó el suelo, estaba todo lleno de huellas que relataban la masacre y la persecución. Un rastró fresco se dirigían al bosque. En las casas estaban las familias enteras fallecidas, las tierras destrozadas y los cultivos aplastados. Una negra sombra parecía cernirse sobre el pueblo exterminado. Sus alas se cerraron alrededor de su cuerpo, improvisando una vestimenta emplumada, similar a una capa de cuerpo entero. Escuchó el ruido de los caballos y fue de inmediato hacia allí. La escena fue horrible, los Demiürg de la montaña habían matado a todos los soldados y ahora estaban devorando los restos. Calilula no interfirió, igualmente, ya no estaban vivos. Cerca de esa zona pudo ver algunos habitantes del poblado, que habrían servido de cebo para guiar a los soldados hasta la montaña de los Demiürg.
- ¿Calilula? ¿Eres tú? o ¿ya estoy muerto y me vienes a guiar a los brazos del Dios Arkai? - Dijo una temblorosa voz entre los arbustos.
Ella rápidamente fue hasta él. Un anciano estaba apoyado en un árbol mientras se agarraba del costado sangrante, a la espera de su final.
- Vendel, no hables, te curaré. - Se agachó para revisar su herida.
- No se preocupe por ello. Ahora debería marchase. Aléjese antes de que lleguen los soldados.
- No llegaran, los Demiürg los han atacado.
- Entonces, ha valido la pena. Nuestra idea era atraerlos aquí y dejar el trabajo de la lucha a los Demiürg, pero… - Sus ojos estaban llenos de lágrimas. - No pudimos salvar a nadie.
- No es culpa tuya, es mía, yo no os puede salvar. No hice nada para evitar esto. Vosotros me protegisteis, arriesgando vuestras vidas y… y… yo… No puedo ni lloraros. - Agachó la cabeza frustrada apretando los dientes.
- No tiene que llorar, ahora lo que ha de hacer es sonreír y ser fuerte. Nosotros estamos felices de haber dado la vida por usted. – El anciano se secó las lágrimas. - Todos los de pueblo ya hace años que teníamos que estar muertos, pero nos diste la vida de nuevo. Hemos vivido felices muchos años, fuertes y sanos como cualquier joven, incluso a mi edad. Así que ahora solo le hemos devuelto el favor, solo hemos acabado donde teníamos que acabar. – Le limpió la mejilla a Calilula, quien llevaba una mancha de sangre. - Tal vez fue algo trágico que pasara así, pero ahora es libre. Nosotros atamos cadenas a estas alas para que fueras nuestro curandero milagroso. - Deslizó sus arrugadas y temblorosas manos hacia el plumaje de las alas. - Ahora ya son libres para volar a donde quieran.
- Vendel, por favor no hables más, déjame curarte. - Le temblaba la voz. – Te recuperarás.
- Un pueblo como el nuestro no puede hacer nada, no vale tanto, usted es la única que puede cambiar el mundo y hacerlo un lugar mejor. Me hubiera gustado ver como la leyenda se volvía realidad. - Sus ojos se nublaban. - Pero me conformo con haber podido ver y tocar un serafín real. Cuídate mucho… - Su mano cayó al suelo mientras una cálida sonrisa se despedía de la mujer.
Los tres viajeros consiguieron salir del terreno de Calilula y llegar al pueblo.
- ¡CALILULA! - Llamaba Vito a pleno pulmón.
- Pero serás merluzo, no grites, ¿¡qué pasa si aún están los soldados por aquí y te oyen?! - Respondió Kamui.
- No han dejado a nadie, todos están muertos. - Caminaba Fogos observando a las personas en sus casas. – No hay una llama de vida en ningún rincón.
- Ha sido una masacre. Creo que ni se han molestado en preguntar. Simplemente los eliminaron sin compasión. No tenían ni como defenderse. - Hicieron un minuto de silencio.
El ruido de unos pasos los alarmó y se pusieron en guardia. A lo lejos podían ver como se acercaba una mujer de ropajes blancos cargando a una persona. Reconocieron rápido a Calilula y al anciano en brazos. El Serafín avanzó sin decir nada hasta llegar a la plaza donde dejó el cuerpo cruzándole los brazos.
- Me podéis ayudar a traer los cuerpos de los habitantes del pueblo. Quedan algunos en la montaña. - Comentó y se volvió a dirigir hacia allí.
Fogos no dijo nada y fue a ayudarla.
- ¿No nos atacaran los Demiürg? Encima es de noche… - Preguntó temeroso Vito antes de ponerse en marcha.
- No lo creo, hay dos serafines repeliéndolos. Su instinto de supervivencia les dirá que no se acerquen. - Comentó Kamui. - Lo que es impresionante es la fuerza que tienen, ha cargado un cuerpo desde la montaña hasta aquí sola.
Todos ayudaron a Calilula a llevar los cuerpos de los pueblerinos desde la montaña al pueblo. Antes de la salida del sol los tuvieron colocado a todos en la plaza de pueblo. Los cuatro se sentaron a descansar.
- Que prácticas son las alas, las puedes usar de ropa. - Señaló Fogos. - Ahora quiero poder extenderlas cuanto antes.
- Espera. Si tú no puedes usar tus alas, ¿cómo salisteis los tres de mi casa?
- Kamui es muy listo. - Dijo Vito que se encontraba algo pálido después de ver tanto cadáver.
- O tiene mucha suerte. - Añadió Fogo.
- ¿Tú no tienes miedo de los serafines? - Le pregunto Calilula a Fogo.
- No, soy un Rey de los Demiürg, si yo tuviera miedo de vosotros ¿qué sería como esos cobardes de bajo rango?
- Kamui, dime ¿cómo volvisteis al pueblo?
- Supuse que si te cortaban la helicox artificial que unía el pueblo con tu casa o bien ya sabían de tus alas, cosa que me parece improbable, o te habían dejado un medio para poder salir cuando las cosas se calmara. Dudo que te dejaran allí cerrada por la eternidad. - Se levantó. - Así que supuse que el hombre llevaría algo, unos ganchos de anclaje, por ejemplo. Buscamos cuerdas por el cobertizo y lo demás ya puedes imaginártelo.
- Escalamos. - Remarcó Fogos.
- Creí que moría. Si me resbalaba caería al vacío… - Comentó Vito medio pálido y temblante al recordar la sensación.
- Me queda una cosa más por hacer. – Comentó extendiendo de nuevo sus alas.
Al deshacerse la capa de plumas, pudieron ver que no iba totalmente desnuda, solo de cintura para arriba y no parecía importarle lo más mínimo. Alzó el vuelo y volvió a su casa para recogió su maletín, algunas botellas, utensilios y alguna que otra cosa más. Se acercó al cuerpo de Maig y tras recoger algunas flores lo levantó suavemente y volvió a la plaza. Dejó el cuerpo del hombre junto a los de su familia.
- Supongo que ahora no hace falta que sostenga más la casa. – Suspiró Calilula.
- Así que eran tus poderes lo que mantenían flotando tus tierras, no estaba unido a otros helicox ya me pareció raro. - Observó Kamui.
- Sí, solo retenía esa tierra ahí para vivir, desde que se enteraron de que el rey mataba a todos los que parecían sobresalir.
- ¡Mirad! – Exclamó Vito señalando al cielo.
El fragmento de tierra que tenía cultivado Calilula y su casa empezaron a elevarse, poco a poco, hacia el cielo hasta desaparecer de la vista. El sol impidió ver más allá.
- No puedo darles un enterramiento digno. - Se entristeció Calilula. - Fogos, quema todo el pueblo. Eso sería lo mejor para ellos, evitaremos que los Demiürg puedan profanar sus cuerpos.
- Sí, yo también creo que sería lo mejor. Evitar dejar rastros.
- Calilula, ¿Por qué no vienes con nosotros? Te vas a marchar igual ¿no? ¿Porque no te unes a nuestro viaje? - Propuso Vito.
- Me lo pensaré. - Asintió.
Todos se adentraron en la montaña menos Fogos que se quedó en el pueblo para extender sus llamas purificadoras por todas las casas iniciando desde la plaza. El fuego se expandió rápidamente, pero sin descontrolarse. Calilula hizo desaparecer sus alas y se vistió con una muda que había recogido antes junto al maletín. Antes de que cayera la tarde, del pueblo ya solo quedaban las cenizas y las ruinas de los edificios. Fogos volvió junto con su habitual color rojo fuego en el pelo.
- Dime una cosa Fogos ¿Por qué atacaste el palacio de la reina Farya? Ella era buena. – Vito se colocó en frente, afrontando sus temores.
- O eso aparentaba ser. - Remarcó Fogo que se había colocado en el cuello del Serafín. – Yo me adentré en las entrañas de su palacio y la superficie puede ser muy bonita, pero el interior estaba podrido.
- Así es, los esclavos que le gustaban vivían bien, pero aquellos que no, trabajaban sin descanso en las minas de sus dominios.
- Eso me suena, escuché que sus tierras eran muy prosperas y ricas por sus minerales valiosos. - comentó Kamui. - Pero nunca pensé en esa explotación secreta.
- Expandían el rumor de que era el paraíso de los esclavos para que fueran voluntariamente hasta a sus tierras y entonces, ¡Zas! - Dijo estirando las garras Fogo. - Si no le gustabas a la reina, a trabajar a las minas. Muy bonito, sí.
- Mentira… ¡Mientes! La Reina Farya rozaba la perfección, era la bondadosa, caritativa, piadosa y perfecta. - Negaba Vito.
- Eso quería aparentar. Igualmente, nosotros no la matamos. Fue un asesino que estaba oculto entre los criados que la servían. Cuando llegamos ya era tarde. - Suspiró una nube de humo, Fogo. – Nos quedamos con las ganas de darle su castigo.
- Mis llamas solo dañan Demiürg, cosas corruptas. - Añadió Fogos. – Soy incapaz de herir inocentes.
Vito se agachó apretando su cabeza entre sus manos. Negando una y otra vez. Calilula se acercó a él y le acarició la cabeza. Kamui suspiro y decidió animarle de alguna forma.
- Hay gente que cree en los serafines y otros que no. Unos los veneran y otros los odian. Cada uno cree cosas diferentes. Unos dicen que Farya era malvada y otros que era un ser bondadoso. Tú eres libre de creer en lo que quieras. Si así la veías tú, recuerda esos momentos alegres que te dejó. No todo lo que has vivido esta errado. - Vito asintió aún agachado y algo lloroso por recordar la muerte de Farya. Kamui se giró y señalo a Fogos. - ¡Y a ti que te he dicho de esos pelo!
- Bueno, bueno, voy. - Cambió su cabello rojo a gris y sus ojos fuego a marrón.
- Vaya, ¿Tendría que hacer algo con mi color? - Preguntó Calilula agarrándose un mechón rubio de su larga cabellera.
- No, el tuyo es algo más normal. No destaca tanto como el suyo. ¿Quién en su sano juicio va con pelos rojos y medio en punta como Fogos? - Señaló Kamui. - A parte, a ti nadie te ha visto, nadie busca a una mujer rubia. Si hasta cuando veníamos a conocerte pensábamos que buscamos un hombre.
- Es que así lo quisieron los del pueblo. Para que costara seguirme el rastro en caso de huir. Ahora me doy cuenta de lo mucho que hacían los del pueblo para protegerme.
- Entonces, ¿vienes con nosotros? - Preguntó Fogos.
- No estoy segura de que clase de viaje estáis haciendo, pero si me muevo podré encontrar a los demás serafines y prepararnos, supongo. Igualmente, como dijisteis, ya no puedo quedarme aquí. – Echó otro vistazo al pueblo.
- ¿Por qué los serafines no podéis llorar? - Se incorporó Vito algo más calmado.
- La verdad es que no lo sé. - Se cruzó de brazos Fogos. - Aunque yo soy un ser muy fuerte y no lloro por nada.
- Aunque quisieras tampoco podrías. - Objetó Kamui.
- Creo que fue por culpa de otro serafín, en las anteriores vidas. Debió haber algún incidente, Dios Arkai intervino y su solución fue esta. Aunque no recuerdo el por qué… - Meditó Calilula.
- Bueno, ahora mejor nos ponemos en marcha. No es idea de quedarnos toda la noche en esta montaña. Caminemos hasta algún pueblo y desde allí buscaré información para seguir avanzando. - Propuso Kamui y todos aceptaron.
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