Los tres viajeros, para agradecerle la hospitalidad al anciano, le ayudaron con las tareas de la tierra, aunque aquel hombre se las apañaba bien él solo. Incluso a los jóvenes les costaba seguirle el ritmo.
- Pero de que está hecho ese señor. - Resoplaba Vito mientras se secaba el sudor. – No estoy hecho para el trabajo físico.
- Ya ves, y el hombre no para de sachar. - Trabajaba Kamui. - Y Fogos más de lo mismo, cuanta fuerza bruta.
- ¡Ey! No os paréis. - Protestó Fogos que seguía plantando, cavando y cosechando.
- Es curioso como aprovechan la ilógica del lugar. - Señalo Kamui el agua del lago flotante. - Dejan el agua flotar por encima de sus tierras, colocan un palo de material absorbente que una el agua con el suelo de la planta y así consiguen que descienda y riegue la tierra. Sin necesidad de ir a recogerla manualmente.
- Eso suena muy práctico. – Vito se apoyó en la azada.
- Ya, pero… – Alzó la azada y la clavó en el suelo retomando su trabajo. - Para ello tendrían que ir a comprar los materiales, y dudo que quieran verse envueltos con otros.
- Ahí al fondo, menos hablar y más trabajar. - Comentó el anciano.
- Jooo. Prefiero mil veces volver y ponerme a coser. - Protestó Vito mientras volvía alzar la hoz. - Si hace falta con las ancianas y todo. Pero me duelen las manos, me saldrán callos sobre los callos.
A la tarde después de comer, empezaron a ejecutar su idea. Fogos se tumbó en la cama y usando sus poderes hizo que su temperatura corporal aumentara. La verdad es que a Fogos no parecía afectarle eso, por muy alta que estuviera la temperatura de su cuerpo, él no se sentía incómodo. Eso demostraba su habilidad como serafín que dominaba el fuego. Empezó el plan, Kamui y Vito empezaron a avisar que su compañero estaba en cama enfermo y pedían ayuda, un médico o medicinas antifebriles. Los pueblerinos se empezaron a poner muy nerviosos y no estaban seguros de que hacer. Comprobaron que realmente ese viajero estaba enfermo y que tenía una alta fiebre. Como no pudieron solo dejar que alguien muriera así por una enfermedad, convocaron una reunión y aceparon llamar al curandero milagroso, pero que no les enseñarían el lugar.
- Parece que la cosa va bien. Pronto veremos quién es el famoso curandero. - Se impacientó Vito mirando por la ventana. - Aunque casi que me sabe mal el hecho de mentirles así. Son muy buena gente.
- No tenemos malas intenciones contra el médico. Si no lo hacíamos así nunca podríamos hablar con él.
Pronto tocaron a la puerta, entraron dos hombres adultos y una mujer. La mujer indicó a los hombres que se marchara.
- No podemos dejarla sola con esos desconocidos. - Protestaron.
- No pasa nada, es un paciente y hay que curarlo, un poco de intimidad. Por otro lado, si pasa algo pegaré un grito. ¿Bien? - Los hombres asintieron ante aquellas palabras y se marcharon cerrando la puerta, no sin antes echar una mirada fulminante a los jóvenes.
Era una bella mujer de pelo largo y rubio. Vestida con una especie de vestido marrón y bordados verdes. Sus ojos, verde esmeralda, observaron a los tres viajeros. Posó su maletín en el suelo y se cruzó de brazos.
- ¿Y bien? Me explicáis a que viene todo este montaje. Él es un serafín, no creo que vaya a coger fiebre sin más síntomas, y que sea moreno no significa que se haya tostado al sol o quemado por la fiebre. - Comentó. - No me miréis con esa cara. ¿Os pensabais que no lo sabría?
Fogos se levantó, Vito y Kamui se dirigieron una mirada de sorpresa en ver lo rápido que les descubrieron.
- Me has descubierto porque también eres un serafín ¿no? – Comentó. - Soy Fogos, el Serafín de fuego y purificación.
- Da gusto conocer a nuevos serafines. Soy Calilula, conocida como el curandero milagroso o el médico. - Se presentó. – Pero supongo que buscáis el Serafín de la lógica y la curación.
- Soy Kamui.
- Yo, Vito, es todo un placer poder conocer un serafín en persona. No soy digno de poder mirarte. - Agachaba la cabeza Vito mientras se presentaba.
- Encantada de conoceros. Vito, no vas a ser castigado por mirarme. - Dijo colocando una mano sobre su hombro. - Vayamos a mi casa, es un lugar mejor para conversar. Aunque veamos cómo hacemos esto…
- ¿Quieres seguir con la idea de la enfermedad? - Preguntó Kamui
- Sí, es lo más fácil. - Calilula llamó a los hombres. - Esto es grave, a ese hombre le ha mordido un Demiürg, lo que tiene puede ser contagioso. Hay que llevarle de inmediato a mi casa y a sus compañeros también.
Los hombres se miraron preocupados, pero no dudaron en obedecer. Calilula les indicó también que estuvieran al tanto de que otros vecinos no cogían esa enfermedad, si aparecía altas fiebres que la llamaran enseguida. Fingiendo aún con Fogos, los cuatro fueron hasta una casa abandonada. En una de sus paredes había una habitación secreta y en el suelo, escondida, una trampilla que daba a una falsa helicox. Bajaron hasta llegar al pequeño terreno flotante que componía el hogar de Calilula.
- ¡Oh! Cuantas plantas. - Observó Vito.
- Así es, se necesitan muchas clases distintas para hacer diferentes fármacos. - Comentó la curandera.
Una pequeña vivienda ocupaba el centro de aquel terreno. Era una casa pequeña y sencilla, con muy pocas cosas y todas muy modestas, en especial había muchos botes con etiquetas en las estanterías. Calilula les hizo sentar en el suelo cerca de una mesa baja, donde les sirvió una bebida de menta.
- Y bien ¿qué es lo que queríais de mí? - Dijo sentándose.
- Pensé que los serafines os estabais buscando para reuniros y salvar el mundo, pero a ti te veo bien arraigada aquí.
- Ah, ya veo. Los serafines somos capaces de notar la presencia de otros serafines si están cerca. Por ello, creo que se interpretó mal en los registros escritos que se dejaron a los humanos. Quien lleva la batuta sobre reunirnos y demás cosas es el Serafín de la sabiduría. Hasta que no sepamos con seguridad sobre el paradero del Dios Arkai o si quiera si ha despertado, júntanos sería muy peligroso. Los seguidores del Dios Kimera nos atraparían, de ahí que al rencarnar estemos dispersos. – Explicó.
- Pero ¿Vais a salvarnos? – Se alzó Vito.
- Claro, Los humanos lleváis mucho tiempo esperándolo, solo debéis ser un poco más pacientes. – Dio un sorbo a la bebida. – A fin de cuentas, ahora ya hemos regresado los siete.
- ¡Cuánto más! – Golpeó Kamui la mesa. – Todos dicen lo mismo, “solo un poco más”, “en nada seremos salvados”, “Dios Arkai nos protegerá” … Estoy cansado de esas palabras que solo buscan dar largas. ¡Realmente no os veo queriendo acabar con el problema! – Explotó. – Cuantas vidas se han perdido porque están “esperando” que lleguen los serafines y les solucionen todo. Yo ya me he cansado, si quieres algo, hazlo tú mismo.
Se hizo un incómodo silencio. Cuando se hubo calmado, Kamui pidió disculpas y pidió que retomara la palabra Calilula.
- Escucha, sé que estas decepcionado por cómo somos en realidad los serafines. No somos dioses, más bien somos una parte del Dios Arkai. Mis poderes me permiten sanar a los heridos y enfermos, pero me apoyo también en la medicina y la ciencia, para que así los humanos también puedan curar. Además, controlo cierta lógica, puedo arreglar o producir situaciones ilógicas, pero solo a pequeña escala y durante cortos periodos de tiempo.
- Así que no influyes en plantas o tierras ¿verdad? – Intentó hablar más calmado.
- Así es ¿por?
- Este pueblo casi roza el paraíso, tierras fértiles, abundante comida y gente sanísima. Tú te encargas de la salud, pero hay otro serafín de por medio. – Indagó.
- Puede que sea la influencia de Junco, el Serafín de la vida. De vez en cuando pasa por aquí a buscar medicinas.
- Así están las cosas, eh… - Kamui se dejó apoyar en la mesa suspirando entre susurros. – Incluso sabes de otros serafines, pero no se plantean nada, simplemente viven su vida como si tal cosa, cuantas esperanzas depositadas en ellos para ver esto…
- ¿Puedo hacerte una pregunta? - Se enderezó Fogos.
- Si está en mis capacidades responderte, adelante. - Sonrió Calilula.
- ¿Tú también tienes recuerdos de tu otro pasado?
- ¿Te refieres a mi yo de antes de reencarnarme? A veces, algún que otro fragmento me viene a la cabeza. Muchas veces eso me ha ayudado a seguir adelante y a aprender cosas que no sabía.
- Pero ¿Sois los mismos? - Se atrevió a entrar Vito en la conversación. – Me refiero con vuestro yo del pasado.
- No, yo no soy la que fui antes de reencarnarme. Puedo tener algunos recuerdos de la otra yo, pero debido a que he vivido de otra forma, he visto y vivido cosas diferentes, no puedo ser alguien como ella.
- ¿Y eso no os molesta? ¿Tener recuerdos de otra persona? ¿Qué haya diferentes gustos? –Curioseo Kamui.
- No, porque sigue siendo una parte de ti. - La mujer juntó los dedos frente a la taza.
- Siento interrumpir la conversación, pero llevo un rato sintiéndome inquieto y con malestar. - Se asomó Fogo desde la capa de Fogos.
- ¡Un Demiürg! ¿Qué haces con él? Tendrías que eliminarle. - Se levantó Calilula. – Como se te ocurre traerlo hasta aquí.
- ¡No! - se alzó Fogos. - Fogo es mi compañero y tengo que vigilarle. Es la responsabilidad que mi yo del pasado me ha legado.
- ¡Lo que sea! - Chilló el dragoncillo. - ¿No oléis a sangre o a humo?
Todos se sorprendieron y tras lanzarse un intercambio de miradas salieron apurados de la casa. La noche ya había caído sobre el cielo, pero las lunas brillaban en el firmamento dando algo de visibilidad. Corrieron hasta la helicox artificial, para ver que en ese momento llegaba un hombre cubierto de sangre y medio agonizante.
- ¡Maig! - Se lanzó Calilula a socorrerle. El hombre cayó a sus brazos manchando el vestido. - ¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha pasado?
- Ca… Cali… - Gesticulaba casi ahogado, tras escupir sangre prosiguió. - Ha llegado una caballería y ha arrasado con todo. – intentaba coger una bocanada de aire. - Así que es verdad que los serafines no podéis llorar. - Comentó mientras alzaba su mano ensangrentada y tocaba la mejilla de la mujer. El rostro de Calilula intentaba llorar, su cara mostraba un profundo dolor, pero ni una sola gota se asomó de sus ojos. - Teníamos que protegerte, lo siento.
El hombre cayó muerto sobre los brazos del serafín que lo abrazó sin poder dejar que una sola lágrima brotara de sus ojos, pero sí que el dolor se mostrara en su rostro y sus agónicos sollozos.
- A cortado el helicox artificial que unía esta tierra al pueblo. - Comentó Kamui al acercarse.
- ¿Estamos entonces atrapados? - preguntó Fogos mirando a su alrededor. - Pero no nos hemos caído.
- Tiene que haber algo que lo esté sujetando.
Vito se había paralizado por la escena y le temblaban las piernas volviéndole incapaz de moverse del sitio. Entonces, Calilula dio un fuerte grito de agonía ahogada en su llanto seco. Dejó el cuerpo de Maig sobre los geranios escarlata que tenía en el pequeño jardín. Tras aquello se acercó hasta el borde del terreno y miró hacia arriba, hacia la roca donde estaba el pueblo. Con ojos ausentes, se desabrochó el vestido, cosa que hizo que todos giraran la cabeza ligeramente. Entonces vieron como tres pares de amplias y exuberantes alas blancas se extendían delicadamente desde su espalda. Suavemente se empezaron a batir y Calilula salió volando hacia el pueblo.
Vito se cayó al suelo de la impresión, Kamui se quedó estupefacto y Fogos miraba como se elevaba hasta perderla de vista.
- ¡Ey! Espabilad, si no la detenéis y la ve el ejército, de nada servirá el sacrificio del pueblo. – Les gritó Fogo.
- A parte de que la mataran nada más la vean. - Añadió Fogos asomándose de nuevo.
- Sí, ya, pero ¿por dónde? - Miró a su alrededor Vito.
- Tengo una idea. - Espabiló Kamui.
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