Las noches en la granja era tranquilas, con los típicos ronroneos o chillidos provocados por los rocosos parajes flotantes, y los molestos ruidos de los Demiürg inferiores tranquilizaban a los pueblos si se escuchaban lejos, pero a la mínima que esos sonidos se acercaban todos se despertaban preparados para defender el lugar. Aunque aquella noche el silencio era inquietante.
La mujer y la abuela tejían al lado de un candelabro, mientras Kamui jugaba cerca de la chimenea con su padre. Todos muy tranquilos hasta que se escuchó aporrear la puerta. El padre se levantó a mirar quien era.
- ¿Sí? ¿Que se les ofrece? – Preguntó al ver a un grupo de soldados.
- Somos soldados de su Majestad el noble Zabulón. – Entraron a la fuerza dos hombres vestidos con armadura. - Estamos comprobando si hay niños para reclutarlos. ¿Solo tenéis ese?
- Así es, pero él aun no puede luchar. - Dijo su madre mientras agarraba entre sus brazos a Kamui.
- Si se tienen que llevar a alguien iré yo. - Añadió el padre.
- Tranquilos, por ahora solo tenemos orden de reclutar gente joven y se evitará a los que son el único sustento de la familia. Por ello hijos únicos por ahora no se los llevaran. - Y dicho aquello se marcharon.
Cuando salieron, cerraron la puerta y suspiraron aliviados.
- La guerra está cerca. - Habló la abuela mientras se mecía. – No me gusta… No me gusta un pelo.
Tras el susto de los soldados decidieron irse a dormir. La anciana se sentó junto a la cama del niño mientras este le pedía que le contara más historias.
- Siento que alguna desgracia ocurrirá, así que quiero contarte todo lo que pueda empezando por lo más importante. Pues nunca se sabe cuándo yo no esté…
- Abuelita, no diga eso. - Agarró la arrugada mano de la anciana.
- Bueno, bueno, túmbate. - Le acostó en la cama. - Por donde empiezo. El mundo antes era compacto, esférico, pero los humanos nos desviamos del camino dictado por el Dios Arkai, haciendo que nos autodestruyéramos junto con el mundo. Por ello, y compadeciéndose de nosotros, envió a sus siete serafines, que son unos mensajeros con habilidades especiales. El Serafín Noite era el de la sabiduría y protección, los demás se les describe como fuego y purificación, lógica y sanación, perseverancia y vida, justicia y agua, amor y aire, y confianza y tierra. Con la unión de todos ellos nuestro mundo tenía su orden, vivíamos bien y felices, pero cuando desaparecieron, la tierra se fracturó flotando sin sentido, creando una segunda luna en el cielo que se puede ver en todo momento sin perder su brillantez. – Comentó señalando por la ventana donde brillaban dos lunas, una más luminosa que la otra.
- Abuela, ¿Cómo son los serafines y Dios Arkai? - Bostezo el pequeño.
- Los Dioses no tienen forma física, pero los serafines adoptaron una forma antropomorfa para guiar a las personas. No estoy segura cual será la versión más fiel a la realidad, pero todos marcan que tienen enormes alas y que… ¡Oh, vaya! Se ha dormido. - Suspiró mientras tapaba al niño. - Que descanses.
Los siguientes días fueron muy tranquilos después de la visita de reclutamiento, pero los habitantes del pueblo aún se sentían inquietos por la aparición de soldados por los alrededores del pueblo. Un día de esos cualquiera, donde todos estaban ocupados con sus quehaceres. Estalló la guerra sobre el pueblo que en pocos minutos fue arrasado por los soldados enemigos. La granja que se hallaba a las afueras no lo notó hasta ver el humo elevarse al cielo.
- Mamá, ¿Qué es eso? - Notó Kamui el humo proveniente del poblado.
- No puede ser… ¿Un incendio? - Agarró al niño. - Tu padre está allí… Espero que esté bien.
- No lo creo que sea un simple incendio, hija… - Se asomaba la anciana por una ventana. - Es muy raro. El silencio.
- Mira, hay soldados. - Señaló Kamui a una de las helicox que conducía a la granja.
- Esos emblemas son del Reino de Tofel. Kamui entra en casa y escóndete. - Lo apuró a empujones su madre para que entrara.
- Pero…
- ¡Deprisa!
El niño entró rápido y su abuela lo escondió debajo de la cama tapándolo con harapos que tenía a mano. Los soldados llegaron con antorchas, quemando los cultivos de la granja y dejando que se abrasaran vivos los animales que, encerrados en el establo, no podían huir de las llamas. La mujer permaneció frente a la puerta de su casa, nerviosa, impotente y aterrorizada de ver como toda su vida labrando aquellos campos se veía reducida en pocos segundos a un mar de llamas.
- ¡Qué quieren! ¡No tenemos nada más! ¡Lo habéis quemado todo! ¡Dejadnos en paz! - Les gritó la mujer. – Malnacidos, desgraciados…
Y se calló para siempre al sentir como la sangre de su cuerpo se empezaba a derramarse por el suelo por la puñalada que recibió en el pecho por la espada del soldado. De una patada alejó el cuerpo inerte de la mujer de la puerta y la echaron abajo. La anciana estaba sentada en la mecedora frente a la chimenea mientras rezaba al Dios Arkai por la paz del alma de su hija.
- Que esas sean sus últimas palabras vieja. - Alzó la espada.
- ¡Que así te lo paguen! Con la misma moneda. - La anciana cayó al suelo con la garganta perforada.
Uno de los soldados había encontrado a Kamui mientras los demás rebuscaban por la casa.
- ¡Que le habéis hecho a mi abuela! ¡Alimañas! ¡Cobardes! - Pataleaba mientras el soldado lo agarraba en el aire.
- Creo que es el último. Acabemos con él y sigamos. – Lo lanzó al suelo.
- Quietos. - Ordenó mientras entraba otro soldado de armadura negra y casco con plumas.
- ¡General! - Todos se pusieron en formación para saludarle.
- El niño es muy joven, seguro que se venderá muy bien en el comercio de esclavos. - Comentó mientras agarraba la cara de Kamui. - Seguro que sacamos unas cuantas monedas de oro Tofel por él. ¡Tú! - Señalo a un de los soldados. - Llévalo hasta el carro, allí están agrupando a los esclavos, ¡venga apúrate!
- Señor, sí, señor. - Saludó y se llevó al niño mientras él forcejeaba y pataleaba.
- Un pueblo menos, ya estamos a pocos pasos de ganar la capital y este reino será todo de nuestra majestad el Rey Mephisto. - Se giró. - Quemen la casa y sigamos.
- ¡A sus órdenes, general!
Los soldados alzaron las antorchas y quemaron la vivienda junto a los cuerpos. Todo el terreno se transformó en un mar de llamas. Kamui veía a lo lejos como su hogar se volvía un páramo cenizo y muerto. El enemigo lo arrastró hasta el pueblo donde pudo ver que esos vestigios de homicidios y destrucción había asolado el pueblo, solo cadáveres asesinados o calcinados vivos. En la plaza, varios carros con rejas estaban siendo llenados con los pocos supervivientes que habían dejado para la venta de esclavos. Kamui, junto a muchas otras personas de su pueblo y de otros pueblos cercanos, fue vendido en el mercado del Reino de Tofel.
Comments (0)
See all