“Me quiero ir,
no quiero volverte a ver.
Como ella lo hizo…”
La noche que los hijos de la reina regresaron a su hogar real, llegó un profesional. El hombre se veía viejo y calvo, pero experimentado. Todos los sirvientes salieron por seguridad. En el salón principal prepararon todo el ritual para espantar al espectro: limpiaron la habitación, pintaron un círculo con sal, prendieron unas velas, arrojaron incienso y empezaron a leer algunas frases del sagrado libro en latín. El espectro fue llamado al cuarto (obviamente semejante espectáculo iba a llamar su atención), pero no lograron contenerla en el círculo de sal; Y aunque Florecita de Luna no entendía las palabras en latín del sacerdote, se dio fácilmente cuenta de que estaban tratando de hacerle algo malo. Afortunadamente para este cura, ella estaba demasiado cansada como para lidiar con esto y realizar represalias, entonces tal como el hombre ordenó ella regresó a dónde pertenecía: bajo la sábanas calientitas de su camita. La Reina quedó enfurecida por semejante fracasó, pero el cura tenía una solución alternativa: no podían forzar a Florecita de Luna a pasar al otro lado porque no era un espíritu maligno (es por eso que no funcionó el círculo de sal), por lo que debían averiguar quién era en realidad para poder solucionar sus asuntos pendientes. En el mejor de los casos, podrían ayudarla y se iría sin resistencia alguna. En el peor de los casos, podría convertirse en un espíritu maligno y podrían entonces realizar un exorcismo efectivo.
Caterina no estaba muy contenta con el resultado, pero al menos tenía un plan. Ordenó que se buscara cuanta información sea posible sobre los habitantes de la casa. Esto claramente incomodó a la pequeña intrusa, quien no sabía qué exactamente estaban buscando pero reconocía que algo andaba mal pues todos estaban demasiado concentrados y extrañamente inspirados, algo les estaba dando esperanza de que podrían acabar con ella. Tanto que empezaban a ignorar las bromas de la joven, y en vez de terror la empezaban a ver como una molestia. En vez de gritar por miedo y buscar ayuda, empezaban a regañarla por hacer desorden e interrumpir su trabajo. Ya todos sabían que no era un espíritu maligno o vengativo, y que por lo tanto no tenía intención de lastimar a nadie. En esos días, ella prefería subir hasta el ático olvidado o encerrarse en lo que consideraba su cuarto. Una vez más todo se volvió monótono, y le daban ganas de volver a dormir. Nadie estaba feliz con su existencia.
La búsqueda de la reina resultó poco fructuosa, pues dentro de la casa ya no parecía quedar nada sobre los dueños anteriores. Los documentos que quedaban incluían cosas menos útiles como los derechos de propiedad, la fecha de construcción, las causas de accidentes previos... ¡Ni siquiera servía buscar quién trabajó previamente en la mansión, ya que no había ningún menor por aquella época! La única pista era la misma Florecita de Luna, ella debía tener alguna respuesta. Lo sospechoso era que esta estaba demasiado tranquila. Después de varias semanas de agotador esfuerzo, parecía que ser olvidada por todos la agotó tanto que era como si hubiese desaparecido. Todos estaban cansados y aburridos por igual. Muchos sirvientes empezaron a considerar irse, una vez más. Caterina también casi cede a la tentación, pero decidió confirmar sus sospechas y fue a buscar a la muerta. Cuando entró a la sombría habitación, encontró a la joven recostada sobre una cama, viendo hacia el vacío, y en lugar de un saludo escuchó lo siguiente: “Es extraño. No tengo cuerpo, no puedo sentir dolor. No puedo sentir hambre. No necesito dormir. ¿Entonces por qué estoy tan cansada?”.
La Reina no supo qué responder, pero eventualmente preguntó si estaba bien. Obviamente que no. Todo estaba muy mal. Ella dejó a Florecita de Luna sola, cerrando la puerta con cuidado, lentamente. Esta última se quedó pensando un rato y volvió a su libro especial. Decidió escribir algo:
“Hace mucho que no escribo, pero creo que necesito hacer algo. Todo iba tan bien y estaba feliz, pero ya no es el caso. Ya sabía que nadie quería que estuviera por aquí, pero… Supongo que pasar tiempo con Liria me hizo creer que tal vez había gente que sí estaba interesada en lo que yo hiciera, o que al menos que me toleraba. Creo que tal vez me he quedado aquí por mucho tiempo… Tal vez debo tratar de visitar algún otro lado y seguir buscando”.
Con esto escrito, ella guardó el libro en un cajón de su cuarto y decidió salir de la casa. Subió hasta el techo primero, observó la bella luna y luego bajó a la entrada. Tal vez podía tratar de explorar más allá de los muros de la mansión. Tal vez podía hacer que sus sueños se volvieran realidad, y observar lugares hermosos sacados desde la fantasía. Ella estaba a punto de dar el primer paso hacia una nueva vida, una nueva oportunidad… Pero no pudo… Era como si hubiera un muro invisible alrededor de aquel territorio. No importaba que tan rápido volara o si pasaba por encima o por debajo, estaba atrapada. No podía escapar... Después de todo, ¿por qué necesitaría hacerlo? Ese era su hogar, el lugar al que pertenece. Nadie podía sacarla de ahí, lo quieran o no.
Esto la deprimió incluso más. Lagrimas empezaron a salir de sus ojos, y calló arrodillada en el piso. Una vez más estaba sola en un silencio casi absoluto. No había nadie que iba a ayudarla. Se quedó ahí toda la noche, y nadie logró verla en la mañana. Se quedó viendo cómo gente entraba y salía, esperando a que alguien notara su presencia... Pero nunca pasó, porque todos estaban ocupados, todos tenían un propósito… Y Florecita de Luna perdió interés en el suyo.
Tal vez era hora de regresar a dormir.
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