En cuanto Viktor Shelby le ha pegado un vistazo, la agente alarga el brazo para coger de nuevo la nota, pero él es más rápido y la coge en su puño.
—Creo —les dice Viktor Shelby— que lo mejor será que nos dejen solos, para que pueda interrogarla también.
Los dos agentes de policía se miran entre ellos (una vez más) y, después de echarle un último vistazo a Zeiwei Jr., salen del despacho. La chica esposada se rasca una mejilla llevándose las manos esposadas a la cara y se sorbe los mocos por la nariz. Le recuerda a los matones del ultramarinos.
—Soy Mila —explica señalando la placa de su uniforme que dice MILA FENG—. Llevo casi seis meses trabajando aquí. Su padre me hizo la entrevista.
—¿Te han disparado?
—Salí a ver por qué había tanto alboroto —Mila Feng se coge la pierna con una mueca—. Se confundieron. Ahora piensan que era una de los camellos y que les ayudé a entrar en Zeiwei.
—¿Viste a la chica?
—¿A la del arma? Sí, se compró unos ganchitos y se los olvidó en el mostrador.
—¿Cómo era? —pregunta Viktor sentándose recto ahora que los policías se han ido, puesto que ya no ha de actuar despreocupado.
—Era… uf, a ver. Tenía el pelo muy rubio y muy rizado como si la hubieran electrocutado —Mila Feng se lleva las manos esposadas a la cabeza y simula sujetar una bola pesada sobre sus hombros—. Iba con un traje amarillo. Tenía los ojos negros y saltones como los de una salamandra. La verdad es que era un poco rara.
—¿Cuándo han llegado estos dos? —susurrando, Viktor Shelby señala a sus espaldas con el pulgar.
—¿Los agentes? —dice Mila Feng, e instintivamente baja la voz e inclina la cabeza—. No sé, ya estaban aquí.
—¿Antes de que viniera la chica del portal?
—Sí. Eso creo. Sí, sí que estaban. Me preguntaron si hoy había visto muchas naves repostando.
Viktor Shelby murmura algo para sus adentros y se pellizca el puente de la nariz. La cabeza le duele horrores. Si los agentes ya estaban merodeando por allí, puede ser que tengan un topo en la tienda. Alguien tiene que haberlos vendido a él o a Blodyn Blood. Quizás hayan sido los paramédicos del planeta Goblin; nunca te puedes fiar de ellos.
Lo importante ahora es que Blodyn Blood no ha vuelto a la tienda de ultramarinos o a su apartamento, sino que se ha ido directamente a la Tierra. Y eso sí que es raro. ¿Quién querría viajar a un planeta así? ¿Más aún, cuando la actividad de armas de portales allí es 0 de 0? La van a encontrar en un santiamén. De repente, cavila que Blodyn Blood puede haber utilizado la Tierra como punto de encuentro con otros contrabandistas, quizá para quedarse con todo el dinero de la pasta nuclear. Ah, eso sí que no. Viktor Shelby no juega con el dinero.
—Gracias —dice Viktor Shelby levantándose de la silla.
—¡Espera! —le grita Mila Feng cogiéndole del final del chaquetón—. Espérate un momento —pide bajando el tono—, diles que me dejen de una vez. Tengo que ir a un hospital.
Y Mila Feng tiene razón: la quemadura de la rodilla que tiene el corte característico de las pistolas de rayos está sangrando profusamente. Su pantalón de empleada está empapado. Mientras la mira y se debate entre irse o pegarle una patada en la cara e irse, unos ruidos afuera hacen que los dos se giren.
—¡...SOY EL SEÑOR ZEIWEI, PANDA DE TARADOS! ¿ES QUE NO HAY UN SOLO AGENTE CAPACITADO EN EST…!
Viktor Shelby da un salto en el sitio y coloca la silla del escritorio debajo del pomo de la puerta, con tan mala suerte que se aplasta la uña al hacerlo. Retrocede hasta chocarse contra el escritorio notando cómo se le frunce el ceño de dolor, y busca en su gabardina no sabe bien qué. Tiene los oídos embotados del estrés.
—Esto tiene que ser una broma de las malas.
—¡Lo sabía! —le suelta Mila Feng señalándole con las dos manos esposadas en su regazo—. ¡Já! El hijo del señor Zeiwei… ni de coña.
De una patada en el hombro, Viktor Shelby empuja a Mila Feng contra la pared. Su cabeza propina un crack al pegarse contra el cemento.
—¡Au!
—Mierda. Vaya mierda. ¡Calla y ayúdame de una vez!
—¡Nah, ayúdate tú solo! ¡Imbécil!
—Si me sacas de esta —dice Viktor Shelby con tono solemne y agachándose cerca de su cara—, te pagaré la visita a urgencias. Prometido.
—Uf. Acabas de darme un buen golpe —Mila Feng se agarra la nuca y las esposas imantadas sueltan un zumbido—. La verdad es que no me fio.
—¡Te lo juro por mi madre! ¡Por lo que más quieras, Mila!
Afuera, alguien toca a la puerta y se oye a la agente de la coleta decir:
—¡Salga de la habitación ahora mismo!
—Estás en una buena, ¿eh? —le pica Mila Feng, y al secarse el sudor de la cara, el rímel se le corre por las sienes.
Pues sí, Viktor Shelby nunca se ha visto en una mejor. Y como eso de pensar en momentos críticos jamás se le ha dado bien, se lanza al escritorio y coge el abrecartas para plantárselo en la cara a Mila Feng. Ella se estremece y suelta un bufido.
—Si yo voy a la cárcel, tú te vas a ir al infierno. Ahora sí que me entiendes, ¿no?
Mila Feng asiente lentamente y deja que Viktor Shelby la levante del suelo cogiéndola con brusquedad del brazo derecho. Mientras mueve la extremidad dolorida, se acerca cojeando hasta el escritorio y busca algo debajo de la tabla, como si hubiera un cajón o algún sobre escondido. Sus esposas vuelven a soltar un zumbido. El pomo comienza a girar y la puerta se estremece cuando alguien se lanza contra ella.
—¡Salga de una vez o abriremos fuego!
—¡Rápido! —grita Viktor Shelby acercándole el abrecartas a la yugular.
Como si Viktor Shelby hubiera dicho sésamo, Mila Feng presiona algo y con un click y un zaaaam, la taquilla metálica del despacho engulle su propia puerta y, en su lugar, un torbellino azul y espeso aparece en su centro.
—¡Tiren abajo la puerta! —grita alguien afuera, probablemente el señor Zeiwei.
Cogiendo la nota que ha dejado tras de sí de Blodyn Blood, Viktor Shelby se mete dentro de la taquilla y busca con histerismo el mando de control. A su ritmo, Mila Feng cojea hacia la taquilla y se detiene delante de esta.
—Déjame pasar, va —masculla con hosquedad.
—¿Qué? ¡No! —grita Viktor Shelby.
—¡No sabes ni controlar el ascensor! ¡Apártate, imbécil!
Sin creérselo, Shelby se pega al fondo de la taquilla y deja que Mila Feng entre con él. Aclarándose la garganta, la chica dice en alto:
—¿Ascensor?
—¿Sí, Mila Feng? —reverbera en el interior de la taquilla.
Mila Feng le tiende la mano a Viktor Shelby y él le da la nota con los ojos muy abiertos. No sabe por qué, pero está empezando a respetarla.
—Llévanos al Planeta Tierra. Las coordenadas son: cuarenta y uno, punto, cuatrocientos sesenta y dos mil cuatrocientos cincuenta y tres, coma, dos, punto…
Con un gran estruendo, la puerta se viene abajo y Viktor Shelby coge a Mila Feng del brazo a para apremiarle a leer más rápido.
—...ciento setenta y ocho mil doscientos.
Dentro de la taquilla, con las extremidades enrevesadas como si fueran un ovillo de lana, Mila Feng y Viktor Shelby ven su mundo convertirse en un intenso azul eléctrico mientras los agentes de policía corren en vano y gritan ¡No, esperen…!
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