El año 2021 d.C. transcurre lenta pero decididamente en el planeta Tierra, Vía Láctea. Allá al oeste del mapa mundi, si les preguntases a los chinos; cerca del meridiano de GreenWich, si preguntaras a los franceses; o en un sitio menos importante, si les preguntaras a los americanos, se encuentra un lugar llamado Barcelona, donde hace un calor indecente de esos que te pega la ropa al cuerpo y te asfixia por las noches. Hay un apartamento especialmente asfixiante por su pequeñez y mal distribución cuyo alquiler paga Hope Perkins, que acaba de colarse por la puerta y se ha quedado de pie en la entrada, como si sopesase todas y cada una de las decisiones que ha tomado a lo largo de su diminuta y humana vida.
Y, en cierto modo, eso es lo que está haciendo. Aprieta las llaves todo lo fuerte que le permite la mano izquierda y suspira observando afuera de la única ventana del apartamento, la que da al edificio de enfrente y a una calle con asfalto caliente. Ha vuelto a casa después de estar más de un mes fuera. La gran camiseta que trae del hospital huele a sudor.
Estando parada en la entrada, le da por reflexionar sobre lo rápido que se ha esfumado su sueño de ser la mejor oboísta de la Tierra. Ya no le importa nada de eso. Lo que necesita es pagar los dos meses de alquiler que le quedan, reclamar la fianza y viajar un tiempo a un lugar muy lejano para despejarse. Quizá lo vuelva a intentar, lejos de aquí.
Mientras decide qué va a hacer ahora, observa atentamente el atardecer por el cristal. Es de un color naranja y violeta oscuro, muy diferente a los que veía en el cielo encapotado de Epping. Y en el preciso instante en que la luz cortante se cuela en el piso cegándola momentáneamente y provocándole un súbito dolor de cabeza lacerante, una ráfaga de viento inunda la estancia a pesar de tener la ventana cerrada. Es una ráfaga de viento que levanta las partituras de la mesa, tumba el estuche del oboe y hace temblar la silla de jardín que hay delante de la tele. Todo se encuentra electrizado. Tiembla la tierra. Al abrir los ojos, descubre que su sala de estar se ha teñido de azul debido a un vórtice centelleante que ha aparecido en el techo de su apartamento. Se asemeja a un mar revuelto repleto de relámpagos y nubes negras. Y en medio de ese revoltijo eléctrico algo emerge y cae con la fuerza con la que solo un cuerpo viajando a la velocidad humana de 29035,5 G puede caer. Claro está, aunque Hope Perkins no es consciente, desde que aparece por el portal hasta que cae en la Tierra, el cuerpo ha desacelerado a una velocidad sobrevivible.
La endeble mesita de madera del comedor se parte en dos con un crujido y, con otro sonido semejante al oleaje en una tormenta, el vórtice se engulle a sí mismo y desaparece. En su lugar, aparece una mancha como de quemadura en el techo. Hope Perkins se desploma en el suelo sobre su culo y se encoge cerca de la puerta, contemplando la escena que se está desatando. Vaya, si quería cobrar la fianza, ahora seguro que no va a poder.
Un quejido se escapa de la cosa que ha caído por el portal y Hope Perkins baja la cabeza hasta encontrarse a una chica de su edad, puede que un poco más joven, en medio de la mesa partida. Lleva un traje de tweed amarillo que le viene corto tanto de brazos como de piernas, unas botas cuarteadas de cuero marrón, y tiene el pelo casi del mismo color que el traje, esponjoso y encrespado, llenito de esquirlas y polvo. La persona del portal vuelve a profesar otro quejido más fuerte, semejante a un aullido, y se coge el brazo izquierdo como si se lo fuera a arrancar.
—¡Auuuuuuuuuu!
Hope Perkins se agarra a la puerta de su espalda con fuerza y se queda en silencio. ¿Qué se supone que hay que decir cuando alguien acaba de aparecer por tu techo? ¿Cuál es el protocolo de cortesía?
—Ah. Ah... ah, ah, ah —gime la chica de la mesa partida, que se incorpora dolorida y se agarra el brazo hasta que se atreve a mirarlo—. Ah, no es para tanto. ¡Madre mía, los seguratas de las gasolineras…! Hoy en día, una no puede intercambiar un sobrecito de pasta nuclear sin que le disparen. Qué bárbaro…
—¿Quién eres? —pregunta Hope Perkins con las palmas de las manos aún pegadas a la madera de la puerta.
La extraña levanta de repente la cabeza como si no hubiera reparado en la existencia de Hope Perkins hasta ahora, o como si ni siquiera hubiera estado esperando ninguna existencia a su alrededor. Tiene los ojos negros y saltones como los de una salamandra. Con lentitud, deja caer el brazo con el que se oprimía la herida y destapa una quemadura en el hombro que en su centro tiene una gran incisión en diagonal.
—Eurrrr, depende de quién pregunte —está mirando el comedor, ahora destrozado—. ¿Dónde estoy?
—Estás… en mi piso.
—¿Piso? ¿Qué piso? Especifica.
—En… ¿en Barcelona? —prueba Hope Perkins, pegando la espalda a la puerta hasta que queda completamente recta y buscando el pomo con manos temblorosas.
—Uh. Barcelona, Barcelona… —canturrea la chica de la mesa levantándose del suelo, y algunas partituras se le despegan de las piernas—. ¿Crilles 6FD1?
—¿Qué? —pregunta Hope Perkins deteniéndose.
—Vaya. Vamos a ver, ¿en qué planeta estamos?
Con cautela, Hope Perkins abre la boca y dice con voz rota:
—¿La Tierra?
—¿Me lo estás preguntando? Oye, no me mires así. Qué mal rollo —susurra la extraña, y da una vuelta para ver mejor el piso—. Pues no está nada mal. Tendrías que haber visto el primero que me pude costear. Ah, soy Blodyn.
—¿Blondy? —Hope Perkins mira la mano que le ha tendido la chica mientras la cabeza le da vueltas.
—¿Tengo pinta de llamarme Blondy? —le suelta apartando la mano, aunque parece acordarse del color de su pelo y se serena, alisándose el traje con una hombrera destrozada—. Blodyn Blood. Blo, DYN. Perdona por lo del comedor. Oye, no tendrás algo con lo que pueda curarme esto, ¿no?
Qué nombre más raro, pensaría Hope Perkins en estos momentos, si no fuera porque está ocupada tiritando y preguntándose qué tipos de medicamentos de efecto retardado deben de haberle suministrado por error en su estancia en el hospital.
—Sí, por supuesto. No te preocupes —le dice Hope Perkins pues, si va a vivir una peculiar fantasía donde una extraña se presenta en su casa a través de medios inexplicables, de perdidos al río.
—Vaya, muchas gracias.
Hope Perkins se levanta muy lentamente y se queda mirando la herida de Blondy… Blodyn Blood, de la cual está bortando la sangre que le mancha el traje amarillo cadmio. Todavía sigue observándola cuando se tambalea hacia el baño cogiéndose a las paredes, pues aún no confía en que pueda caminar sin caerse. Hope Perkins se aparta las rastas de la frente para mirar de reojo a su nueva invitada y dice:
—Tengo vendas, y también tengo…
Cuando Hope Perkins se da la vuelta, Blodyn Blood se ha desmayado en el suelo del comedor.
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