La biología es aburrida. Cada vez que pensé que el profesor tocaría un asunto importante, simplemente cambiaba de tema al vuelo. Alguna chica estaba tan harta de eso que tiró un pedazo de papel que cayó en mi mesa. Lo abría y se lo pasé a mi compañero de cuarto y a Gastone.
—¡Maldita sea! De seguro odia el cuerpo humano y hay una buena razón detrás de ese odio. Se debe a todas aquellas mujeres que lo engañaron con otros. Lo dejaron tan herido que su corazón nunca pudo curarse—rezaba la nota.
El señor Jäger parecía haber notado que mis dos compañeros solo estaban jugando. De inmediato les arrebaté el papel y lo quemé con una varita mágica desechable que tenía bajo mi mesa.
Sonó la campana. ¡Era genial! Mi clase por fin había terminado y de veras me sentí aliviado.
No sé si lo saben, pero no podía soportarlo más. Era aburrido en extremo debido a que debíamos de tomar nota de todo, eran demasiadas para un chico vagabundo como mi compañero de cuarto. A Jäger ciertamente le encanta llenar la pizarra con todo tipo de cosas, solo para borrarlas poco después. Era un bucle sin find y me estaba quedando sin lápices con buena punta.
—Hombre, siguió llenando la pizarra con miles de explicaciones muy locas, diagramas enredados y unos dibujos de lo más raros que ni entiendo bien por más que me esfuerce—me quejé sin dudar mientras caía sobre la mesa.
—¡Ni que lo digas! ¡Mi muñeca ya debe estar inflamada a estas alturas!—(inserte primer nombre) reveló.
Los otros estudiantes ya dejaban el aula. Imaginé que también debía de partir, mas algo faltaba. De hecho me percaté de que mi dinero había desaparecido de mi mochila de cuero, ¡así de repente!
—¡Vamos Erik!—(inserte apellido) gritó—. ¡Vayamos a hacerle una visita a nuestra amada profesora de lengua extranjera!
¡Un segundo! Esto es bastante raro… Cada vez que menciono el nombre o apellido de mi compañero de cuarto, es reemplazado por una etiqueta de (inserte nombre) de forma automática. ¿Acaso los lápices pueden hacer eso, chicos? Háganme saber si conocen la respuesta a esta pregunta mía de lo más extraña. ¡Sólo háganlo por favor!
—Eh, ¡te alcanzo más tarde!—le dije.
Estaba ocupado pensando en dónde pude dejar mi dinero. Además debía de idear un plan brillante en poco tiempo porque aún debía recuperar el artefacto perdido, el que estaba escondido en ese bosque infernal. Tenía muchos enemigos y muy pocos aliados de mi lado. Algo me hizo sospechar que no debía involucrar a Alice en esta misión tan desquiciada. Y sí, mi mente estaba a punto de explotar en cualquier momento.
Hasta donde sabía, la mayoría de los estudiantes ya se había retirado del aula. Algunos se fueron a la fuente del norte solo para refrescarse, mientras otros prefirieron buscar una aula vacía sin revelar sus motivos. Entretanto yo seguía parado allí, en medio del pasillo. Abría un bolsillo tras otro. ¡Estaba desesperado por hallar mi monedero!
Finalmente pude encontrar mi querido dinero en el último bolsillo de mi mochila. Por un breve instante yo de veras creí que no tendría cómo comprar mi almuerzo más tarde. Verán que olvidé que no traje mi monedero porque me robaba mucho espacio y la gente se quedaría mirando eso fijamente. En su lugar solo había tirado las monedas en ese condenado bolsillo.
Di unos cuantos pasos más hacía el pasillo exterior de piedra. ¿Eh? Alguien colocó su mano tan pesada como una montaña sobre mi hombro izquierdo sin aviso.
—¿Podemos conversar, señor Seidel?—el profesor me hizo la pregunta así no más.
¡Era muy tarde! Mi espina dorsal se congeló. Había fallado por no asegurar mi ruta de escape. ¡Cuán poco afortunado fui yo!
Créanme, no había forma de que escapara del profesor Jäger. Si los otros rumores tan extendidos por el campus eran reales, él sabía todo sobre rastrear a su presa como todo un professional. Aún así no pude evitarlo, debía ignorar su petición por mi bien, dando unos cuantos pasos más hacia al frente.
—¡Oh ya veo! Quizás estaba equivocado sobre que usted se entretenía con la idea de visitar la misteriosa Foresta Daghe en cualquier momento—él declaró.
¿Me había lanzado un cebo? Sería específicamente uno que no podría resistir por más de unos cuantos segundos. Sí, sé lo que están pensado, chicos. Soy patético y punto.
—¿Qué le hace pensar que estoy interesado en un lugar tan peligroso, profesor?—le cuestioné sin voltear a verlo.
—Pues nada en especial—el señor Jäger contestó—. Tan solo digo que es exactamente lo que los imbéciles como usted o incluso Elvio y Nestor harían durante las vacaciones.
La mención de Nestor me hizo mirar hacia la salido de una buena vez. Era como si hubiera detectado que estaba allí de pie, cerca de la puerta, hacía solo unos momentos. ¿Me habría acusado de salir con ese plan tan estúpido para escapar de la academia y meterme en el bosque muy pronto?
—¡Es correcto, señor Seidel!—mi profesor me informó—. Nestor vino a alertarme de sus estúpidas intenciones. Me pareció muy evidente que su pandilla de tontos ahora se dirigen a Foresta Daghe mientras conversamos.
¡Condenado Nestor! No solo me traicionó sino que se aseguró de que no pudiera seguirles la pista y así les dió la oportunidad de ser el primer equipo en encontrar los tesoros escondidos allí. Sentí la urgencia de matarlo si alguna vez tenía el chance.
—Su expresión facial lo delata, señor Seidel—él se dio cuenta—. No podría importarme en lo absoluto si ellos se pierden en ese calabozo natural, pero no creo que usted pueda ignorar el sufrimiento de sus tres hermanos. En especial si se enterara de que usted ha fallecido en el bosque…
Me quedé perplejo sin duda porque no lo vi venir. Digamos que él me inspira temor. ¡Está garantizado al cien porciento!
—¿Cómo es que sabe de mis hermanos, señor?—debía de averiguarlo en cuanto me recobré del tremendo impacto.
—La última vez que lo verifiqué, su madre esperaba un bebé—él afirmó—. Supongo que sería la pequeña Kirstin ya que recuerdo haber visto a tres niños incluido usted, señor Seidel.
—¿Cómo es eso posible, profesor?—le seguí preguntando luego de dar media vuelta.
—¿Acaso no es obvio?—Jäger se explicó—. Ambos vivimos en la misma región hace algún tiempo. A decir verdad, fuimos vecinos por algunos años cuando trabajé para su abuelo, el señor Heinrich Seidel.
—Claro y ahora me dirá algo estrafalario como que la señorita Morrigan fue mi niñero o algo por el estilo—comenté en son de burla.
—De hecho así es. Ella trabajó para la familia Seidel como su niñera y también escuché que usted se atrevió a pellizcarle sus… partes traseras la tarde de ayer—admitió de plano.
—Sí, me temo que lo hice por error y ahora me arrepiento de ello—dije fingiendo mi arrepentimiento.
—Je, je. Le creo. Solo un adolescente desperado por tener las hormonas fuera de control se atrevería a involucrarse con una mujer maldita como la señorita Morrigan—Jäger confesó.
En serio digo que no sabía de esa presunta maldición, chicos. De otra manera no me le habría acercado. ¿O tal vez era esa su manera de persuadirme de volverlo a hacer? Sí, debía de ser solo un truco barato. ¿No es verdad?
—Bueno como usted es tan inmaduro como para seguir adelante con su extraño plan, sería justo que usted sepa lo que ocurriría después—añadió como si quisiera tentarme aún más.
—¿Eh? ¿Qué pasaría entonces?—simplemente le pregunté como una mera distracción.
—Si llegara a dar a luz a un bebé, este desaparecería misteriosamente por la noche—-el professor daba más detalles—. Asegúrese de que ella jamás atrape al amor de su vida Alice o de lo contrario ella soportará la misma maldición por al menos unos siete años.
Bien. ¿Hay algo que este sujeto no sepa de mí y de mi familia? Es como si fuera mi tutor o mi propia guardaespaldas. ¡Qué aterrador!
—Puedo contarle con seguridad que la señorita Sienna Balducci ya sabe al respecto porque mantiene su distancia de la señorita Morrigan sin importarle nada—él acotó, provocando que me sintiera muy pero muy nervioso.
—Ya veo. Está bastante claro que la señorita Morrigan nos detesta—exclamé.
—¿Qué cosa? No, eso no es verdad. De hecho ella solo lo odia a usted, señor Seidel; sin embargo, pareciera que usted ha olvidado todo lo que acaeció ese día cuando ella abandonó su casa—el profesor citó someramente.
—Le entiendo. Me alejaré de la señorita Morrigan y del bosque para estar a salvo—le mentí.
—Lastimosamente sé muy bien que usted es tan terco como para ignorar mi consejo en cuanto usted salga de este salón—le atinó al blanco.
—Verá, profesor, no es como que me encante la idea—traté de aclararlo—. Lo que sucede es que estoy forzado a ir allí esta misma semana.
—¡Cuán desafortunado! Pero bueno, al menos permítame darle un último consejo, jovencito—Jäger me informó—. Busque a Mario Niente, es un herbalista de alguna clase que sabe algunas cosas que podrían asistirle en su demencial empresa. Y tenga en cuenta que no debe confiar en nadie una vez que ingrese en la Foresta Daghe. Ignóreme y usted morirá sin falta.
Luego de todo ese parloteo, dejé el aula. Comencé a caminar por el pasillo exterior sin prestar atención a mis alrededores. Temía que no pudiera regresar. El tiempo se me agotaba y no podía darme el lujo de malgastarlo en una simple lengua extranjera que los monstruos o los vándalos y otros no hablarían jamás en el bosque oscuro.
—¡Hey Erik! ¿Ya lo sabías?—Gastone gritó de pronto.
—¿Eh? ¿Saber qué cosa?—le consulté.
—Bueno, ¡Chiara ya abandonó el campus! No se lo contó a nadie, ¡ni siquiera a sus mejores amigas!—me comentó.
¡Eso sí que era un completo retroceso! Mis ojos se me hicieron cuadrados. No había forma de que pudiera alcanzarla para preguntarle por su tío el guía turístico. Sin duda había perdido la apuesta.
Solo entonces me enteré de que estaba por la fuente del norte y le he guardado mucho resentimiento desde ese día. ¿Quieren saber por qué? No, no tiene nada que ver con esa fea figura o que sea una chica gorda. En realidad fue allí donde encontré una nota mágica que pocos podían ver.
La nota rezaba: “¿Cómo te atreves, Erik el Pendejo? Sé que me tomé mucho tiempo para responderte, para decirte con certeza si te amo o no te amo. Aún así no tenías el derecho a romper mi corazón como tú lo hiciste! ¡Qué bastardo! ¡Esto fue todo! ¡Me voy de este estúpido lugar de una buena vez!”
No estaba furioso con ella, más que nada porque no recuerdo su rostro. Lo que sí me hizo odiar esa fuente fue que alguien le dijera cuál era mi sobrenombre en el mundo del futuro.
Alejarme de la fuenta no me bastó. Había otros más problemas con los que debía lidiar. Uno de ellos era mi amada cuerva.
—¡No tan rápido, Erik!—ella vociferó—. ¿A dónde crees que te diriges ahora, cariño?
—¿Qué? ¡A ninguna parte! Ahora que he perdido mi única pista, no hay nada por hacer para completar mi estúpida misión—le ladré.
—¡Bien! Ya nos podemos concentrar en mis necesidades antes de que dejemos el campus, mi amor—Raven aseguró.
—¡No, un segundo!—le alcé la voz—. ¿Fuiste tú quien convenció a Chiara de irse de la academia hace solo un rato, Alice?
—No sé de qué rayos me hablas, dulzura—se rehusó a hablar.
—Perfecto. ¿Por qué debería importarme esta misión condenada al fracaso?— le hice saber—. Pues mi querida brujita Alice, me parece que ya ha llegado el momento ideal para terminar nuestra relación. Justo aquí y ahora.
—¿Qué dijiste?—mi exnovia vociferó.
—¡Adiós, señorita Raven!—le repliqué antes de dirigirme al pueblo más cercano.
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