Era una mañana lluviosa en Tokyo.
La pequeña Saori, aún en su cama, observaba con dificultad la mesa con el desayuno servido en una bandeja; las lágrimas de sus ojos le nublaban la visión. En el otro extremo de la habitación, su vestido se encontraba perfectamente planchado.
Su abuelo se había despedido para siempre la noche anterior; por primera vez se encontraba muy sola.
Mientras tanto, fuera de la mansión, una fila de paraguas negros hacía una caravana para despedir al Señor Kido. Tras la puerta de su habitación, el mayordomo y ex mano derecha de su abuelo, Tatsumi Tokumaru, la esperaba para asistir al velorio de su señor. Ella apenas tenía fuerzas para sentarse.
En ese instante sonó un timbre insistente. Tatsumi atendió por un intercomunicador y escuchó la voz de una señora con un acento que revelaba su procedencia extranjera.
―Disculpe, amable señor, hemos viajado desde muy lejos para ver a la Señorita Saori Kido.
―Lo siento, no se encuentra en condiciones de recibir a nadie. Puede intentarlo otro día.
―Señor, lamento comunicarle mi insistencia, pero no nos iremos hasta que no pueda reunirme con ella. Por favor, necesito hablar con la Señorita Kido. Dígale que Isabella y Bianca están aquí.
La Doctora en Arqueología Isabella Manfredi era, sin lugar a dudas, una hermosa y elegante mujer. Llevaba su cabello recogido, con algunos mechones rebeldes que se le colaban sobre el rostro. Llevaba un sobretodo, guantes y un traje formal da falda larga.
Alta, esbelta y muy distinguida. A su lado estaba su hija Bianca, algunos años mayor que Saori. Era una niña que claramente era el calco de su madre. Llevaba su cabellera rosa pastel trenzada con un gran moño en su parte inferior que le llegaba a su cintura.
Ante el silencio Isabella volvió a tocar el timbre con un poco más de ahínco.
Tatsumi se dirigió refunfuñando a la puerta principal para procurarse que su robusta e intimidante presencia las amedrentase y las convenciera de marcharse. Pero cuando abrió la puerta, se encontró con la distinguida figura de aquella mujer, que lo dejó boquiabierto. Aprovechando ese instante en donde el fornido mayordomo permanecía pasmado, Bianca logró infiltrarse sacando ventaja del espacio que había entre la puerta y el marco, por debajo de la axila de Tatsumi, corriendo hacia las escaleras para ver a su antigua compañera de juegos.
―Le ruego disculpe las molestias, es la costumbre de mi país; cuando la familia o amistades son golpeados por alguna tragedia, las emociones dominan los modales, pero no podemos dejar de acompañarnos ante la adversidad.
Tatsumi no podía creer que dos damas tan sofisticadas en apariencia fuesen tan imprudentes. La belleza de Isabella le había hecho bajar la guardia, pero dicha secuencia lo había dejado fuera de servicio. Isabella se quitó el abrigo junto con los guantes, se los entregó a Tatsumi como quien coloca la ropa sobre un mueble, y al mismo tiempo le colgó en su brazo izquierdo el paraguas negro totalmente mojado.
Bianca golpeó la puerta de Saori a modo de aviso, ya que entró sin esperar respuesta. Se abalanzó sobre su amiga, rodeándola fuertemente entre sus brazos. A continuación Saori rompió en llanto desconsoladamente.
―Mi abuelito.... mi abuelito se fue... me dejó sola, no puedo...
―Traquila, mamá y yo hemos venido para acompañarte. Ven, te ayudaré a cambiarte y peinarte. No estás sola, Saori.
Isabella y Bianca habían conocido a Mitsumasa Kido y a Saori cuando ellos viajaban por Italia años atrás. Isabella era una reconocida arqueóloga, hija de un historiador importante de su país, que había empezado una especialización rastreando el origen de los metales de algunos objetos antiguos que parecían ser partes de armaduras arcaicas.
Mitsumasa Kido había asistido a una conferencia que había dado Isabella. Y había contado con el auspicio de la familia Solo, comerciantes griegos con los que mantenía buenas relaciones de negocios desde muchos años.
Luego de comprobar el conocimiento profundo que poseía la arqueóloga, había decidido consultarle por la armadura que tenía a su resguardo. Así fue como decidieron reunirse y, aprovechando las edades próximas de sus niñas, coincidieron para pasar una temporada en Japón y luego otra en la residencia de la arqueóloga en Tarento, al sur de Italia, a mitad de año. Las niñas, a pesar de la diferencia de edad, se habían llevado de maravilla. Saori adoraba el cabello de Bianca, pasó todo el verano peinándoselo; había decidido, que cuando creciera lo usaría como ella.
A fines de ese año, el señor Kido decidió construir una academia para señoritas en los alpes Suizos y Bianca sería de sus primeras alumnas, comenzando allí un nuevo recorrido académico.
Todos los años, luego de esa experiencia, las visitas continuaron, pero Bianca ya no disponía de tanto tiempo, sin embargo, se había mantenido en contacto con Saori intercambiando correspondencia.
Madre e hija se quedaron unos días, hasta que un a noche, pareció que Isabella debía marcharse repentinamente. Ante esta situación, decidió llamar a las niñas para confiarles algo importante antes de partir, especialmente a la niña Saori.
―Escucha Saori, esto que voy a decirte es muy importante. Tu abuelito y yo descubrimos que uno de mis objetos de estudio era una "cloth", una armadura como la que trajeron de Grecia. Todavía desconozco si se trata efectivamente de una "Cloth" del Santuario de Athena. Ya que a diferencia de la que tu abuelito trajo contigo de Grecia, ésta parece corresponder a Noctua, una constelación que se considera obsoleta.
Sin embargo, de acuerdo a lo que estuve investigando, ni la armadura de oro de Sagitario, ni la Armadura de Noctua pueden ser utilizadas por cualquier persona: Las armaduras parecen escoger a aquellos que son dignos de portarlas. Por lo tanto, carecen de utilidad si no las convoca el aspirante ideal.
―¿Ustedes también tienen una misión para proteger una armadura? ―Exclamó Saori―.
―No lo sé muy bien, pero claramente no queremos que caiga en manos de cualquiera.
Bianca hizo una pausa, como intentando buscar algo en su cartera, y continuó su relato:
―Por otro lado, tu abuelito me confió hace ya bastante tiempo el secreto de tu verdadera identidad. Y entre lo que pude investigar, descubrí algo muy curioso: Athena, en cada reencarnación, poseía damas de honor, jóvenes mujeres que se encargaban de asistir y protegerla. Se lo conté a tu abuelo y le sugerí que quizá fuera buena idea que tuvieras en un futuro, compañía de otras niñas calificadas para esa tarea, no sólo preparadas en las artes del combate, sino también para asistirte. Tu abuelo estuvo de acuerdo y entre ambos, construímos la academia de élite para señoritas en Europa.
―Saori, yo me ofrecí como voluntaria― exclamó Bianca―. He decidido que mi destino sea protegerte, me gustaría que algún día la armadura de Noctua me reconozca como su portadora digna para estar a tu lado frente a cualquier adversidad.
Mientras Saori abrazaba a su amiga Bianca, Isabella, reveló ante Saori algo que parecía un anotador mediano, con varias páginas.
―Saori ―exclamó Isabella-, éste es mi diario de campo. Allí está toda la información que he logrado resumir para ti de lo que he recolectado todo este tiempo. Creo que te será de gran utilidad. Especialmente para comprender y digerir de a poco todo lo que se te ha revelado en este breve lapso de tiempo. Mañana parto para occidente.
―No quiero que te marches, ¡no quiero estar sola!
Bianca volvió a abrazar a Saori mientras le anunciaba.
―No te angusties, yo me quedaré unos días más contigo, pero debes saber que lo mejor será que de a poco vayas descubriendo todo aquello que tu abuelito estuvo preparando todos estos años para ti.
Bianca Se arrodilló hasta la altura de Saori, la alzó en brazos y le dijo dulcemente:
―No tienes nada de qué preocuparte, prometo que vendré a visitarte cuando termine mi viaje, ¿de acuerdo?
Saori sonrió, asintiendo con su pequeña cabeza. Sin embargo, Isabella no sabría sino hasta mucho tiempo después que le sería muy difícil cumplir esa promesa.
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