El periodista se había sentado a su lado. Lo ignoro por un momento, tenía cosas mejores que atender en ese momento como la condena de su amigo de la infancia a manos de un racista que tenía el cargo de Juez. ¿Cuántas veces habría visto este tipo de situaciones? ¿Diez, veinte o era la centésima vez? No importaba cuantas veces él se sentase en un juzgado esperando ver que un amigo, familiar o solo un vecino suyo, fuese declarado inocente del crimen que los estaban acusando injustamente. Siempre era el mismo resultado: culpable.
En esta ocasión veía a un viejo amigo suyo de la infancia en el banquillo de los acusados por un crimen aborrecible; pero el joven Jeremiah Jonson sabía que su amigo era inocente porque a la hora del susodicho crimen él se encontraba a su lado en el club nocturno donde solían tocar Jazz en las noches, sin embargo el infeliz del detective Sanders lo arrestó sin una evidencia, una confesión o un testigo siquiera. Ni siquiera le pidieron que testificara a favor de su amigo en el interrogatorio, viendo, desde la distancia, que su amigo de la infancia tenía un pequeño tajo ya cicatrizado en su nariz, Jeremiah podía darse una idea de como había sido dicho interrogatorio al mando del respetable Detective Sanders, un viejo gordo de cabello blanco con acento Irlandés que solía tener aliento a Cerveza en todo momento. Llevaba un traje azul, como cuando iba a la iglesia, para poder verse presentable ante la condena a muerte que su amigo recibiría. El abogado no tenía nada con que trabajar, en realidad no se esforzaba en nada. El enojo se mostraba en sus facciones debido a que no solo estaban enviando a un hombre inocente a la cárcel sino que además le estaban asegurando la impunidad al asesino de esa muchacha, incluso temblaba ante la idea de que ese sujeto volviese a intentar asesinar a otra muchacha, confiado en que acusarían a otro por sus actos. Jeremiah también se encontraba furioso al ver como el maldito racismo no solo permitía futuras atrocidades sino que además ensuciaba algo en lo que él deseaba creer: la Ley
Su vida no había sido fácil. Proveniente del barrio de Harlem, Jeremiah había nacido en la pobreza absoluta, su padre trabajaba como recadero del periódico y, por lo general, ganaba una miseria, Jeremiah a la edad de seis años entro a trabajar como un repartidor del periódico, ganando también una miseria; pero, combinada con el dinero que su padre ganaba, tenían lo necesario para poder sobrevivir la semana. Durante esos duros años Jeremiah, queriendo poder hacer más por su familia, trató de buscar otros empleos aparte del que ya tenía; pero le cerraban la puerta en su rostro. Inventaban razones para no contratarlo, como su joven edad, o sencillamente no buscaban ninguna, solo pedían a los otros empleados que lo sacaran a patadas de allí. Muchos en esa situación habrían pensado en resignarse a la vida que tenían y solo considerarse afortunados de tener un techo donde dormir; pero Jeremiah no creía eso, él creía que podía mejorar su vida si seguía las reglas del juego, iniciando de esa manera su interés por las leyes que la ciudad tenia. Dicho interés aumento cuando a su padre lo arrestaron por un asalto que él no cometió, no hubo interrogatorios, evidencias ni testigos, solo dedos acusadores y el martillo de un juez que lo envió a la cárcel para no volverlo a ver nuevamente. Jeremiah contaba con nueve años de edad cuando aquello sucedió. Convencido de la inocencia de su padre y teniendo que ser el proveedor de su casa debido a que su hermano se había largado un año antes y su madre no tenía experiencia laboral ni tampoco deseaba tenerla si tenía un hombre en la casa, aunque ese hombre contase con nueve años de edad, Jeremiah deseó con todas sus fuerzas saber más de las leyes, poder enterarse de qué se debía hacer y qué no se debía hacer. Él era un ciudadano, no un esclavo y haría valer sus derechos como ciudadano, al fin y al cabo la esclavitud termino en 1864 ¿verdad?
El juicio había terminado, el Jurado declaró culpable a su amigo y el reportero rió al ver que tendría una buena nota para su periódico esa misma tarde, el Juez pidió que todos estuviesen de pie y dio la condena a su amigo: cadena perpetua.
La función había terminado y era hora de volver a casa, Jeremiah se retiró del juzgado pensando en que solo había visto un escrache racista antes que un juicio. Una pregunta se formulaba discretamente en su cabeza ¿Cuántos juicios he visto? Después otra pregunta aun más inquietante se formuló en su interior ¿y cuando será mi turno de estar en el banquillo de los acusados? A sabiendas de que no tardaría mucho tiempo antes de que lo acusaran a él de un crimen que no cometió pensó en sus dos opciones:
A) Irse de la ciudad y adentrarse en lugares más inhóspitos como el desierto de Nevada, la selva del Amazonas o el jodido Polo Norte, de esa forma nadie lo acusaría de nada
B) Estudiar abogacía como fuese posible, no tenía una beca, tampoco creía que lo aceptarían en la universidad; pero de todos modos haría lo imposible para poder convertirse en abogado
Tras pensarlo mucho y sabiendo que la opción A era más factible que la B, Jeremiah creyó que de todos modos prefería la segunda alternativa. Si los blancos no respetarían la ley, entonces él lo haría, de algún modo; pero lo haría, era un juramento. Una avalancha de periodistas casi lo tira a la calle al salir del tribunal. Al parecer un nuevo juicio estaba por iniciar y el acusado era un político blanco, Jeremiah ya sabía el veredicto antes de que el juicio iniciara: un blanco inocente y con mucho dinero para probarlo.
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