Miró a la camarera y con una sonrisa le respondió
- Una cerveza
En su interior sabía que no debía pedir eso, que podía pedirle un refresco de la novedosa marca Drizz- Cola o incluso un café para poder pasar la mañana; pero una cerveza ya era demasiado para él. Su pequeño Colibrí dio un chillido dentro de su jaula, era inaudible; pero aquel hombre de tez blanca, calvo con un poco de pelo negro a los costados y llevando solo una camisa blanca con una corbata roja junto a unos pantalones marrones, pudo oírlo. No sabía hablar el idioma de los colibrís; pero creía entender lo que su pájaro le estaba diciendo, le pedía que no lo hiciera, que su carrera colgaba de un hilo y si hoy iba a trabajar con un aliento a cerveza, vino, whisky o lo que tuviese un mínimo de alcohol en su composición, entonces su reputación, dentro del mundo de la medicina en la ciudad de Nueva York, estaría terminada. Aun así el doctor Luis Kerner desoyó las protestas de su pequeño Colibrí, ¿o eran las protestas de su subconsciente? No lo sabía y no le importaba, deseaba beber algo de alcohol en ese momento.
La ley seca fue un alivio y, a la vez, un tormento en su vida. Desde pequeño Kerner siempre tuvo las bebidas alcohólicas a su disposición. Su padre trabajaba en unos viñedos que quedaban en las cercanías de Sansburgo en la nación de Austria, siendo su padre un inmigrante en dicha nación que había huido de Estados Unidos por motivos que nunca tuvo en claro; pero que, al parecer, su propio padre se negaba a hablar y cuando hacia mención del mismo este se avergonzaba. El único modo de ganarse la vida que tenían era trabajar para la familia Goldenstein quienes tenían los viñedos más codiciados de toda Austria, aunque los Goldenstein nunca fueron unos tiranos con su padre y con él, Kerner no se sentía a gusto siendo un simple cosechador. Él deseaba más en su vida, quería ser reconocido, ser alguien de una alta categoría, ser alguien dentro de la sociedad. Lo único bueno en dichos viñedos eran las fiestas, siempre fueron las fiestas, ¡oh, el vino!, la cerveza en las fiestas de octubre y las Sidras u otro tipo de fiestas donde el alcohol siempre fluía como el agua del rio. Los Goldenstein siempre fueron generosos con ellos; pero Kerner realmente quería más en su vida, debió tener unos trece años cuando decidió marcharse
Al llegar a Estados Unidos decidió trabajar como repartidor de periódicos. No ganaba mucho; pero lo poco que ganaba lo ahorraba, con el paso de los años Kerner logró tener una pequeña suma de dinero como para poder pagar sus estudios secundarios. Durante esos años fue que conoció a un muchacho cuyo padre trabajaba en una veterinaria y adoraba observar aves en su tiempo libre. Aquel hombre decidió contratarlo en su veterinaria, como ayudante, debido a que era el mejor amigo de su hijo. Durante esos años Kerner pudo aprender muchas cosas de la misma medicina y lo que ganaba era bastante para poder ahorrar para una carrera universitaria. Sin embargo la crisis del veinte lo golpeó en ese momento y, junto a la ley seca, el pobre Kerner no pudo continuar ahorrando para sus estudios. Durante ese periodo de tiempo tampoco pudo beber ninguna gota de alcohol. En la veterinaria aun era querido y aprendió bastante de medicina cómo para poder ser llamado “Doctor”. Durante dicha ley seca fue que Kerner conoció un día a un sujeto llamado Bruno Oriani. Bruno había llevado al canario de Santino Oriani para que él lo revisara. Al ser Santino Oriani el niño consentido de Don Oriani, Kerner supo que podría tener una chance si hablaba con Bruno sobre el problema que le aquejaba a la vez que veía al canario. Durante dicha conversación Kerner pudo ver que Bruno era un demente o un cínico; pero también una persona que sabía devolver un favor por otro
“no pido dinero” le dijo Kerner aquel día después de haber revisado al canario “solo pido una oportunidad en mi vida, si es verdad que Don Oriani tiene amigos en altos cargos entonces yo podría…”
“¡momento, momento, que soy lento!” pidió Bruno riendo ante lo que le decía Kerner “¿tu quieres que Don Oriani te pague haciéndote entrar en la universidad de medicina solo por revisar a este canario?” aquel hombre de cabello negro, rostro delgado y que llevaba un traje negro de pies a cabeza, incluido la camisa siendo solamente la corbata junto a la flor que tenía en su solapa lo único de otro color y este era rojo, parecía burlarse ante el pedido de Kerner
“no pido mucho” le contestó Kerner cabizbajo “no es dinero lo que yo deseo sino reconocimiento, ¿el joven Santino quiere a ese canario?”
“je, si, ese idiota adora a este pajarraco, en lo personal creo que las aves solo traen problemas, tu eres un ejemplo” después riendo añadió “¡bueno, bueno amigo!, no te deprimas, le hablare de tu pedido al viejo Oriani, creo que aceptara, prefiere nombrar de senador a cualquiera con tal de no tener que pagar sus deudas” luego de eso se retiro y al día siguiente tuvo una carta de parte de Harvard donde querían que fuese a estudiar medicina, los gastos los pagaría Oriani mismo.
La ley seca, cómo lo ayudó, a pesar de que le prohibía adquirir lo que más amaba; pero al no beber nada fue que logro ingresar, aprobar todos los exámenes y graduarse como uno de los doctores más sobresalientes de toda Nueva York. Aquello fue en la década de los veinte, ahora, acabando la década de los treinta y con esa ley fuera, el final de su carrera estaba cerca. Un Martini por allí, un Borbón por allá, cuatro vasos de cerveza por a cuyá; pero sin importar cuánto intentase moderarse, cuanto pudiese pelear contra la tentación. Siempre terminaba bebiendo un poco, solo un poco.
La hermosa camarera le puso el vaso con cerveza en su mesa y él le pagó para después comenzar a beber, debía ir por la mitad cuando vio que, levantándose de su mesa, estaba ese maldito reportero amarillista de Ray Finkle, quien al verlo largó a reír para luego ir a su destino. En la radio sonaba la canción de Al Johnson, “i’m sitting on the top of the world” y en efecto que él estaba sentado en el borde de lo más alto del mundo, tanto que cuando cayese todos lo oirían. Miró a su Colibrí quien le devolvía la mirada con una expresión de enojo, por lo que sencillamente dejo de beber para colocarse su mano izquierda sobre los ojos y largar a llorar debido a la amargura que sentía por su horrible alcoholemia.