La genética. Un misterio que los hombres apenas estaban comenzando a descubrir, algo que no solo decía todo lo necesario de la especie humana sino que, además, permitía abrir puertas a infinitas posibilidades dentro de la creación, incluso dentro de la evolución.
Sentado delante del microscopio, un hombre joven de cabello negro, piel morena y una expresión de alegría malsana en su rostro, veía como su pequeña formula estaba cambiando la estructura molecular de una célula de origen animal. Dando unas risillas parecidas a la de una niña pequeña al jugar a las canicas, aquel muchacho, de nacionalidad Peruana, estaba descubriendo algo nunca antes visto dentro de la misma ciencia. El joven aprendiz de ciencias llamado Sebastián Grimm, hijo de inmigrantes alemanes que se establecieron en Perú durante la primera gran guerra, había logrado después de otros tres intentos fallidos alterar el código genético animal.
Sebastián era hijo de un famoso Coronel llamado Franz Grimm, su padre se había retirado del campo de batalla, si aquella masacre que ocurría en las trincheras se le podía llamar campo de batalla, en el año de 1916. Siendo un desertor de las líneas alemanas, Franz se refugió en un pequeño pueblo donde fue bien recibido. Allí conoció a una mujer de tez morena con la cual se casó y al año siguiente, en 1917, Sebastián nació. Contando todavía con un poco de su fortuna, Franz se encargo de planificar el futuro de su hijo en base a las mismas ciencias. Deseaba que su hijo fuese llamado el doctor al crecer. Sebastián siempre fue demasiado listo desde pequeño, cuando tenía once años pudo descifrar un antiguo jeroglífico egipcio que hablaba de un ser poderoso que habito una ciudad maldita en el pasado. Dicha ciudad se llamaba Barkur y al parecer hubo una especie de guerra aun mayor a la gran guerra del 14. Sebastián pudo ser arqueólogo, pudo ser doctor de medicina e incluso pudo ser un empresario importante dentro de la misma Peru; pero él siempre tuvo una pasión escondida que finalmente estaba desarrollando a gusto: la genética.
Era algo que siempre quiso entender, mucho antes de que la misma existiera dentro del marco científico. Cuando tenía once, su padre le regalo un libro que era muy mal visto por los demás; pero que, desde la perspectiva de Franz, este sería útil para la carrera doctoral de su hijo. Se trataba de la teoría de la evolución de Charles Darwin. Sebastián leyó, con pasión, las conjeturas científicas de Darwin sobre el proceso de evolución que todas las especies debían pasar para poder sobrevivir en el mundo. Los conceptos de la teoría de la jirafa, no solo le fascinaban sino que lo incitaban a saber si era verdad o solo charlatanerías de un viejo loco. La supervivencia de las especies de Darwin no solo fue su guía para elegir la carrera científica médica sino que, además, se convirtió en su mayor anhelo: el poder trabajar en la evolución de las especies intentando suplantar el creacionismo y mostrar a todos que la humanidad puede reemplazar a Dios. El límite del progreso humano estaba en sus manos.
Cuando cumplió los diecinueve, en 1936, su padre logro pagarle con sus ahorros la beca en una de las universidades más famosas de ciencias de Estados Unidos, se trataba de la universidad de Newton en la ciudad de Nueva York. Al llegar fue que se puso a trabajar en las ramas que estuviesen relacionadas a lo que él ansiaba, la química era su pasión; pero esta pronto fue olvidada por algo mas nuevo y revolucionario: la genética.
Desde su llegada en el 36 y durante dos años, estuvo trabajando en el concepto de las células humanas. No tenía mucho con que trabajar y, al parecer, lo más cercano a un descubrimiento con las moléculas fueron en un hongo, se llamaba Penicilina y ni siquiera era su descubrimiento. Molesto decidió trabajar con las células de unas ratas de laboratorio. Tenía una idea sobre cómo poder ayudar a la evolución natural. Al leer la teoría de la jirafa, que indicaba el crecimiento de su cuello como una necesidad natural de supervivencia al tener que alimentarse con las hojas de los arboles constantemente hasta que su cuello naturalmente se alargo para cubrir esa necesidad, Sebastián decidió experimentar con algunas sustancias químicas que podrían ayudar a las células a generar un cambio abrupto que podría equivaler a una evolución natural.
Horas de experimentos en el laboratorio con sustancias casi mortales, venenos fuertes, vitaminas naturales y artificiales e incluso algunas sustancias cuyas mezclas debía anotar en su cuaderno, para no olvidarlas posteriormente, al principio logró crear una fórmula que etiquetó como A, cuando la probo en la célula vio que la misma se desintegraba, volviendo una bola de papel sus anotaciones paso a la siguiente fórmula que llamó Formula B; pero el resultado fue el mismo, decidió cambiar algo en el experimento y creó otra fórmula que etiquetó como C, esta tuvo un cambio favorable. La célula no se había desvanecido sino que había cambiado, creciendo y tomando un aspecto similar a una célula humana, con un poco de su propia sangre al lado, para comparar, Sebastián notó que la célula tenía un tamaño considerable; pero todavía seguía siendo pequeña en comparación. Molesto decidió añadir algunas formulas extras en la siguiente, esta sería la formula D, el resultado volvió a variar. La célula animal era más grande que la anterior; pero no lo suficiente. Un poco más animado decidió continuar con la formula añadiendo algo mas, una hormona humana, sus anotaciones eran casi inentendibles, incluso los más expertos en la materia no podrían saber con qué carajos estaba trabajando Sebastián. Solo él y nadie más que él parecía capaz de replicar lo que hacía. Su siguiente prueba se llamaba la Formula E, un cambio más que notable. Era la mitad de grande que una célula humana. Sonriendo agregó un poco mas de elementos químicos a su nueva fórmula, la definitiva para aquel muchacho. Con un pequeño papel de etiqueta que decía F, Sebastián la puso en la célula animal limpia, al principio no hizo nada, molesto decidió descansar su vista, se puso el dedo pulgar y el índice sobre sus ojos durante un minuto. Molesto quiso verificar su propia célula para comparar tamaños, posó su mirada sobre la muestra y noto que en efecto, el tamaño era muy grande en comparación. Estaba por arrugar sus anotaciones cuando vio que la muestra que estaba en el telescopio tenia la etiqueta del sujeto de pruebas, su propia muestra sanguínea estaba al lado de la otra. Sorprendido ante lo que veía fue que revisó con rapidez la muestra otra vez, en efecto, era una célula animal que tenía el mismo tamaño y al parecer los mismos cromosomas que una humana.
Largando un grito de alegría aquel aprendiz prontamente seria graduado bajo el titulo del doctor Grimm.
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