Mi mundo eran galaxias y nebulosas, miles de estrellas flotaban a mi alrededor.
¿Quién era o en dónde estaba? Eso no me importaba, solo dejé que el hilo de conciencia me llevara a donde mi subconsciente quería llegar.
Mi yo de 13 años entró en una enorme habitación abovedada, coronada por una cúpula de cristal, por ella pasaba la luz ahogada del cielo, iluminando los doce pilares que la sostenían. El piso entre los pilares era de mármol decorado con runas y símbolos arcanos, muy similares a un modelo del sistema solar.
Este era el Salón Principal de un Arcanum, la sede regional de la organización mundial para la magia.
A diferencia de mis años de infancia, en los que había pasado mi tiempo jugando en los pasillos de esta fortaleza, esta vez un asunto más serio me esperaba.
—Ven, Lume. Casi es tu turno.
Lume di Strago es mi nombre, y el hombre que me llamaba era mi padre, Amakiir di Strago.
Él era un mago jovial de 33 años, Su cabello castaño era mucho más claro que el mío, y sus ojos dorados me miraba con orgullo. Habíamos esperado aquel día durante mucho tiempo, prácticamente desde el día en que nací.
—Recuerda, el consejo de hechicería sabe que eres capaz de hacer magia, de lo contrario no estarías aquí. La prueba de iniciación es solo una tradición, así que no es necesario esforzarse demasiado.
—Yo no quiero solo aprobar, ¡Los quiero impresionar! —dije—. Les mostraré que estoy muy por encima de un aprendiz, igual que lo hizo mamá.
—Sé que eres capaz de mucho más… El poder que heredaste de tu madre te hace muy especial, incluso más que cualquier otro mago aquí presente... Pero el consejo no está listo para saber de lo que eres capaz, así que nada de conjurar alguno de tus Astras.
Los Astras son poderosos objetos divinos hechos de energía mental, forjados en leyendas, usados por héroes y recreadas por magos. Extremadamente difíciles de invocar para novatos.
—¡¡Pero quiero conjurar la espada de fuego de Surt, el escudo divino de Zeus o la armadura impenetrable de Karna!!
Mi padre sonrió y me respondió con indulgencia.
—Aún no dominas ninguno de esos Astras. —posó sus manos sobre mis hombros, tratando de calmarme—. Mejor conjura algo sencillo; como un cubo o una esfera hecha de energía. Solo queremos que te acepten como recluta en la orden de caballeros.
—¡¡Eso es tan aburrido!!! ¿Por qué tengo que aparentar ser mediocre?
—¡Ya habrá tiempo para demostrarles tu verdadero potencial! —se rió—. ¡¡Estoy seguro que pronto estarás en la lista de candidatos para ser el siguiente archimago!! Quizás incluso te den prioridad sobre mi.
¡¡¡No tienes que burlarte de mi!!! —me aparte enojado—. ¡¡Tú eres como que… el mejor mago del mundo o algo así!!
—No me sobrestimaría tanto… Estoy seguro que hay 3 o 4 hechiceros mejores que yo —contestó, no estoy seguro si en broma—. Pero, no me burlo de ti, estoy seguro que harás grandes cosas.
Había practicado mucho para ese día, los vendajes que cubrían todas las lesiones en mi cuerpo eran prueba de ello. Cada mañana, desde que tenía conciencia, memorizaba los hechizos y repetía los rituales. No era sencillo, pero era feliz, me dedicaba en cuerpo y alma a cumplir mi sueño de ser parte del nudo infinito y seguir el ejemplo de mi madre y padre.
Mi sueño podría no ser importante para muchos otros magos dedicados al estudio espiritual o el poder mundano, pero al ser el nudo infinito el ejército privado de la organización internacional para la magia, se ocupaban de defender a la humanidad contra amenazas sobrenaturales, y para mi no había nada más importante que ser un caballeros del infinito al servicio del nudo.
Este era el momento perfecto para enlistarme, su entrenamiento formal podía empezar desde los 13 años.
La prueba para ingresar con el rango de escudero, requería de habilidades excepcionales que un mago común no se molestaría en aprender porque la mayoría de manuales y libros de magia enseñan a relajarse y realizar largos rituales que pueden tomar horas.
En una batalla no hay tiempo para eso, los magos que entrenan para combatir deben programar sus cuerpos y mentes para realzar los rituales en cuestión de segundos en combinación con mucha actividad física y estrés mental.
Básicamente, se nos pedía ser pistolas cargadas listas para disparar ante la menor amenaza.
Además de mí, otros 50 jóvenes estaban esperando su turno en el Salón Principal, cada uno acompañado por sus tutores o en grupos conversando.
Entre ellos estaban algunos caballeros del infinito, vistiendo sus túnicas de invisibilidad sobre sus uniformes de combate, ayudando a organizar a los candidatos.
Miré a mi alrededor en busca de una persona en particular, un escudero.
El joven era dos años mayor que yo, su tez era morena y sus ojos y cabellos eran de un verde antinatural, como aquamarina.
Su nombre era Sid y al percatarse que lo observaba me devolvió la mirada con sus ojos que veían directo a mi alma.
—Ya regreso, quiero ir a saludar a Sid —dije antes de que mi padre pudiera reaccionar.
—¿Eh? ¡Espera! ¡No hay tiempo! —suspiró.— Ya se fue…
Sid se encontraba taciturno en una esquina. Con un manojo de naipes que barajaba nerviosamente. A su alrededor, pequeñas mariposas translúcidas lo orbitaban como planetas.
—¡¡Sid!! —salude con entusiasmo—. ¿Como estas?
Las mariposas cristalinas se desvanecieron en el aire, como si nunca hubieran existido.
—Un poco preocupado —respondió sin dejar de barajear.
—¡Pero tú llevas dos años siendo un escudero! No vas a realizar la prueba —dije, tratando de sonar optimista—. A menos que… ¿Estás nervioso por mi?
—Quizás… —Sid contestó como si en vez de hablarme a mi le susurraba al viento—. Tengo un mal presentimiento, Lume. El futuro está muy nublado, no puedo ver nada con mi clarividencia.
—Eso suena un poco perturbador —aparenté meditar sus palabras y tomarlas en serio—. Lo sería aún más si no profetizaras catástrofes todas las semanas. Estoy por creer que eres mitad Banshee o Dullahan en lugar de mitad hada…
Sid dejó de barajar.
—¿Debería considerar eso como un chiste? —replicó enojado, luego se acercó a mí y empezó a hablar en voz baja, conteniendo la ira que le surgió de repente— Ser mitad Fey no es un juego, sabes muy bien lo que nos pasó a mi y a mi hermana por culpa de eso.
—¡Perdón! —dije sinceramente—. No quise burlarme... Solo quise decir que no te preocupes por todo, pronto pasaremos más tiempo juntos como cuando mi padre te entrenaba y superaremos todas las desgracias que predigas.
—Yo también lo espero —Sid suspiró como si de su último aliento se tratase. Una mariposa translúcida emergió de su aliento y revoloteo a su alrededor como sus extintas hermanas.
—¡Lume! ¡¡Ven!! —Mi padre gritaba a lo lejos.
—¡Ahora si debo irme! —me despedí—. ¡¡Deséame suerte!! ¡Adiós!
—Suerte… —El mitad Fey continuó barajando sus cartas, de vez en cuando sacaba una carta que reafirmaba sus temores.
Cuando llegué junto a mi padre, nos alejamos del salón principal hacia donde nos guiaban los escuderos de protocolo, Yo aún estaba entusiasmado, pero las palabras de Sid me llenaron de preocupación, no sobre mí, sino por él.
—Papá, ¿Por qué Sid no puede dejar de predecir problemas? —pregunté mientras caminábamos por los pasillos laberínticos del Arcanum.
—Es la naturaleza de los videntes —me respondió, mientras me observaba de reojo—. La clarividencia es la habilidad de interpretar significado en el caos del universo. Es muy fácil abrumarse con tanta información, en especial si hablamos de predecir el futuro. Aunque Sid es mi mejor estudiante---
—¡¡¡Hey!!! ¿¡Y yo que!? —me quejé.
—Me refiero solo a la clarividencia —Mi padre se rió y continuó explicando—. Como decía, Le enseñé a Sid a usar las cartas para enfocar su poder, y no dejarse abrumar con demasiada información por cosas como la forma de las nubes y la dirección del viento, lo cual es su verdadero talento. Pero se necesita más que enfoque para ser un buen vidente, se debe tener la fortaleza para resistir las respuestas que el universo tiene para ti.
Asentí sin decir nada y continuamos nuestro camino.
Mi padre me guió hasta el Sanctum de la fortaleza, un auditorio inmenso, que consiste de una gran arena, como la de un coliseo, rodeada por asientos de piedra. Era un lugar antiguo, donde la única luz proviene de los vitrales en la cúpula del techo.
Tres figuras nos esperaban en el centro del auditorio, cada una usaba las túnicas que servían de uniforme a los miembros del nudo. Nos colocamos frente a ellos.
—Consejo del Arcanum, vengo a presentar a mi hijo para unirse a el Nudo Infinito.
Mi padre hablaba con una voz ominosa, muy protocolar.
La figura en el medio de las otras dos dio un paso adelante y se retiró la capucha. Sus cabellos verdes y su mirada penetrante eran inconfundibles, sentía que el padre de Sid veía mi alma en vez de mi forma física.
Miró a mi padre y respondió haciendo resonar su voz por todo el recinto.
—Yo, Merid Canseliet, como archimago de este Arcanum, en nombre de la alianza del infinito, doy comienzo a este ritual sagrado. Que el aspirante diga su nombre y el motivo de su deseo.
Apreté mis puños, buscando alguna forma de liberar mi tensión, y di un paso al frente.
—Lume Di Strago, hijo de Amakiir Di Strago y Luxia L'Hearts. ¡Deseo ser parte de la alianza del infinito, y proteger este mundo como un caballero al servicio de el nudo!
—Exijo que Lume Di Strago pruebe su mérito —dijo Merid—. Que el maestro del aspirante se retire.
Mi padre fue a las gradas, manteniendo siempre su pose de seriedad.
Los tres miembros del consejo me rodearon, cada uno a 5 metros de distancia de mi, listos para juzgar mi técnica rigurosamente.
Comencé el ritual tal como lo hacían todos los magos:
Primero debía desterrar las energías a mi alrededor, liberando mi espacio personal de cualquier influencia que pudiera irrumpir con mis deseos.
Cerré mis ojos y mi cuerpo brilló tenuemente con un aura índigo. De mi comenzó a emanar una niebla luminiscente que parecía contener destellos de luz, como estrellas en una nebulosa.
La emanación comenzó a orbitar como si yo fuera el centro de una galaxia.
En ese instante estaba listo, respire profundamente, y al exhalar liberé toda mi energía como si fuera una supernova.
La nebulosa galáctica que me rodeaba lleno la habitación, desterrando toda presencia nociva para mis intenciones.
Aquello que me rodeaba era la energía solidificada que provenía de mi mente. Pensamientos hechos realidad.
Imaginé un círculo mágico, que se materializó a mi alrededor en el suelo brillando intensamente. Parte de de las nebulosas se habían condensado en él.
El círculo mágico tenía inscrito en su circunferencia los signos zodiacales y en cada dirección cardinal los símbolos alquímicos para tierra, aire, agua y fuego según la dirección que el poder asociado al elemento protegía.
Inhalé de nuevo, y al exhalar la energía del círculo me orbitó rápidamente, amontonándose frente a mis manos extendidas.
Imaginé también un cubo pequeño, que pudiera sostener y enseñar a los examinadores, pero sentí que no era suficiente. Incluso con la sugerencia de mi Padre de mantener el ritual simple, yo quería mostrarles todo lo que me había esforzado por aprender.
Aunque era verdad que no sabía invocar Astras legendarios, para mi era tan fácil crear una espada o hacha de energía mental como era hacer un cubo o una pirámide, que eran las formas más básicas de construcciones de energía sólida.
Mi padre se dio cuenta de mis intenciones, pero no le era permitido interferir. No le quedó más que observar cómo la masa de energía informe que tenía frente a mi se contorsionaba y retorcía al son de mis pensamientos.
Intentaba decidirme que invocar exactamente cuando me di cuenta que algo pasaba.
En el centro de mi frente, comencé a sentir un ardor extraño, como un hilo de sangre y de energía que comenzó a escapar.
Mi concentración no estaba ya en imaginar todos los detalles del Astra, estaba en mi coronilla, tratando de contener lo que sea que se estaba formando allí.
—¡Creo que hay un problema! —grite.
—¿¡Qué sucede!? —la expresión solemne y calmada de mi padre cambió, su preocupación era evidente.
El tono índigo de mis nebulosas cambio a rubí y una vorágine carmesí las concentró sobre mi cabeza en la forma de una esfera roja palpitante.
Lo último que vi fue a mi padre saltando sobre las gradas intentando llegar a mi antes de que fuera demasiado tarde, pero me era imposible.
Una punzada de dolor arrebató lo último de mi concentración y yo ya no era yo, mi esencia se convirtió en energía sin propósito, libre y sin control.
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