Había pasado aproximadamente un mes, Pi estaba recuperada de sus heridas, sin embargo tardo más de lo que debió ya que no podía evitar salir corriendo cada que terminaban las clases, y si siempre se caía por torpe, ahora lo hacía por su pierna. Además no se podía estar quieta, mucho menos ahora que tenía una espada de verdad. Curiosamente y a pesar de esto, la manejaba con responsabilidad y la cuidaba como nunca lo hizo con sus floretes.
Durante ese tiempo Pi insistió en visitar el reino de los forjadores, para ayudar en las reparaciones, y a pesar de las reiteradas negativas de su madre, finalmente cedió. No pudo hacer gran cosa dado su estado, pero al menos distraía a los niños.
A partir de ese momento Pi lo tomó como un permiso incondicional y comenzó a salir más a menudo a los alrededores de Matenas. Hasta que Li, sospechando, le preguntó de esto a Ico, pues Pi le respondía que tenía permiso, pero ese permiso era el que sólo le había otorgado en una ocasión para visitar únicamente el reino de la forja. Tras un regaño y un castigo de estar encerrada en su habitación, que para Pi fue terriblemente desesperante, aprendió a pedir permiso en cada ocasión.
Sus viajes a los alrededores los llevaron, además del reino de la forja, a Tecnopoli, un gigantesco reino donde se producen los avances tecnológicos más grandes. El orgulloso pueblo de Caolín principal responsable de casi todos los materiales de construcción, cerámicas y enemigo constante de Matenas. El reino Bosquejo, un frondoso reino productor de carbón y sus derivados. Y el reino agricultor, el más grande de todos, ya que posee territorios esparcidos por todo el mundo, generalmente cercanos a otros reinos pues proporciona alimento. A pesar de esto, es de los que menos población tienen ya que la mayoría de su territorio es para cultivo. Y es a este reino al que Pi y Li se dirigían.
El poblado no estaba muy lejos de Matenas, al menos no relativamente, ya que las casas estaban justo en medio de los campos de cultivo y estos eran muy grandes así que tuvieron que salir desde temprano hacia el este. Pero antes se detuvieron en las cuadras ya que acompañarían al viejo Solari y a Silas hasta allá.
A medio camino se detuvieron para el almuerzo, se sentaron a una orilla del campo de miridis y bajo su sombra. El sol brillaba intensamente, no había nubes en el cielo salvo por una muy grande a lo lejos, por las montañas. Las aves picoteaban el suelo y revoloteaban alrededor.
― Parece que lloverá más tarde ― observó Solari.― ¿Cómo está tu pierna Pi?
―¡Pppbffien!
―Por favor ¡No hables con la boca llena! ―Dijo Li.
―¡Jo jo jo! ―Rió Solari, Pi tragó y respondió.
―¡Bien!
―¡Eso no es cierto! se ha estado quejando constantemente ―Aseveró Li.
―¡Si! pe, pero, ¡sólo es si permanezco de pie mucho tiempo!… y sólo me duele un poquito.
―¡No importa! Eso te pasa porque no dejabas de correr y saltar cuando te sentiste un poco mejor.
―Es cierto, deberías tener más cuidado ―Dijo Silas dando un bocado a su costal.
―Chi, ―Respondió Pi inflando lo cachetes y frunciendo el ceño.
Después de un muy breve descanso, Pi y los demás reanudaron su camino. El pueblo del reino agricultor, Chimali, era como de esperarse, pequeño. Sus casas eran, en su mayoría un paralelepipedo deforme, ya que su base era más angosta y crecía conforme subía, sin embargo guardaban mucho parentesco con las cuadras de Matenas, salvo que el único edificio a dos aguas era el granero, una estructura sumamente enorme y larga ya que ahí almacenaban todos los alimentos producidos. Las casas en cambio eran de techo plano, con paja para protegerlo.
En medio de todos los edificios estaba el mercado de Chimali, donde los residentes vendían directamente sus productos, o tomaban pedidos de sus clientes. Aquí podían encontrarse en su mayoría a criaturas de los distintos reinos adyacentes, yendo y viniendo. Cada uno de los pueblos del reino agricultor se distingue fácilmente por lo bullicioso de sus plazas. Sin embargo, tan sólo al entrar se sentía un aire extraño, algunos de los agricultores estaban enojados, o preocupados, cosa muy extraña ya que suelen ser tranquilos y alegres.
―Buenas tardes señora Jáquima ―dijo Solari a una dependienta.
―¡Caballero Solari! ¡Qué alegría verlo!
―Oh por favor, sabe que ya no soy un caballero.
―Disculpe, ¿viene por su encargo?
―A si es.
―Espere aquí por favor.
―¿Maestro por qué no le gusta que le digan caballero si lo es?
―Lo fui, pequeña, pero eso fue hace mucho. ―Y Silas comentó.
―Sí, pero usted fue un héroe.
―¡Jo jo jo jo! Un héroe de un pueblo pacífico. Dejemoslo así.
―¡Listo! Lamento que no hayamos podido enviarle su encargo, al menos es bueno que no se haya perdido. ―dijo la dependienta poniendo un gran costal lleno de semillas en el mostrador.
―¿A que se refiere?
―Oh es cierto, no lo saben. Han estado entrando a las casas a robar. ―Pi prestó atención.
―¿Ah robar!
―Sí.
―¿Por eso están todos así?
―Si señor, nunca nos había pasado algo así, todos están nerviosos.
―¿Por qué?
―Ya van varios días, una casa tras otra.
―¿Aún quedan casas intactas?
―Así es. Y tememos que sean las próximas.
Li le susurro a Pi, al ver sus ojos agrandarse mientras escuchaba.
― Pi… ¿Pi?… ¡Pi, no!
―¿Y saben quien es? ―Preguntó Pi abruptamente.
―Bueno, claro que no, si no no sería un problema jovencita.
―¿Y cuáles casas fal… ―Li le tapó la boca pero la dependienta continuó.
―Pues está la casa junto al granero, la del pozo… y… la del viejo Pepita. ―A Pi le brillaron los ojos.
―¡Si!
―¡No! ―Replicó Li, pero ella siguió insistiendo hasta que él cedió.
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