La calidez del sol cobijaba la tarde que aún se iluminaba plenamente. Las aves continuaban bebiendo y comiendo lejos de sus hogares, y las tiendas del distrito comercial estaban en las horas de mayor actividad.
La práctica de esgrima había terminado, los alumnos estaban de regreso en sus casas o en las tiendas. Pero no Pi, ella se encontraba en las cuadras. Al final de la escalera, de la entrada principal a Matenas, se encontraban las cuadras. Era un edificio de madera que usaba las vigas no solo como soporte sino como parte de la decoración. Tenía un techo a dos aguas con tejas verdes. Poseía un segundo piso, más el ático que servía de almacén. En la planta baja, la entrada daba a la cocina, sala y comedor. La sala estaba justo al entrar, era grande y tenía varios cojines tintos en el piso dispuestos alrededor de mesas muy bajas.
Frente de ésta estaba la cocina a la derecha, rodeada por un desayunador en forma de “L”, tenía un gran refrigerador al fondo, a la derecha del mismo estaba la estufa y lavaplatos. Y finalmente una isla.
A la izquierda se encontraba el comedor una gran mesa ligeramente por encima del suelo, y varios cojines de un verde oscuro rodeándola.
El interior era de un marrón oscuro pero iluminado con luces anaranjadas. A cada lado de este centro de convivio, así como en la planta superior, se encontraban unos pasillos que llevaban a habitaciones individuales o compartidas. Estaban equipadas con baños completos, cama o camas, ropero y una salita.
Pi se encontraba afuera, sentada sobre el pasto, alimentando a Li. Un caballo de cabeza redonda, hocico de medio círculo y de extrañas pezuñas suaves, tenía una crin verde en moicano. Su pelaje extrañamente le daba la apariencia de tener un traje y polainas. Estos detalles, como sus pezuñas, eran verdes. Finalmente tenía una pequeña cola muy bien arreglada como una media luna.
―Buenas tardes, Pi, veo que ya llegaste ―se había acercado un anciano junto a otro caballo, Él era más alto que los Matenienses promedios, regordete y con forma de una semilla de girasol, estaba cubierto con un grueso abrigo. Tenía un gran bigote, así como cejas que se curvaban hacia adentro, pero con una barba pequeña y en punta.
―¡Hola Maestro! ―Pi le nombró de esta manera. De igual forma el caballo Li, dio una rápida suerte de reverencia con la cabeza, más como si estuviera asintiendo.
Solari solía ser un caballero esgrimista, en el reino agricultor. Ahora es el dueño de las cuadras y a diferencia de la escuela de Matenas que le enseña esgrima con florete a Pi, Él es su maestro de esgrima con espada y sable.
El anciano de pronto cambió su faz y se le vio preocupado.
―¿Qué pasa maestro? ―Le preguntó Pi.
―Veras, esté… yo… ¿Cómo te lo Digo? ―Balbuceó el señor.
―¿Qué sucedió?, ¡No me diga qué! ―Habló Li, el caballo.
― Me temo que sí ―Le respondió el anciano.
Solari le hizo un gesto con la mano para que Li se acercara, éste se levantó del regazo de Pi y se dirigió al primero quien comenzó a cuchichear en el oído del joven caballo. Mientras tanto Pi se quedó sentada intentando entender, sin éxito, lo que pasaba.
―Ya veo… Mejor se lo digo yo ―Le dijo Li al viejo. A lo que este asintió resignado.
―Pi… veras, teníamos pensado darte un regalo sorpresa por tu cumpleaños.
―¡Oh es cierto hoy es mi cumpleaños! ―Pi le interrumpió.
―¿Qué? ¿De verdad no te acordabas que hoy es tu cumpleaños? ―Todos permanecieron un tanto incrédulos.
―No. ―No podrían describir la vergüenza ajena que sintieron ante tan simple respuesta que sólo pudieron soltarse a reír, Pi no entendía de qué se reían pero le pareció tan gracioso que no pudo evitar acompañarlos en las carcajadas.
Ya más tranquilos, trataron de regresar a la seriedad.
―Pi, lo lamento ―por fin habló el anciano― La idea era que tu regalo llegase ayer, pero no fue así, y ahora, que ya es tarde, es poco probable que llegué ―Ella sólo podía pensar en ¿Qué podría ser ese regalo?― Además me preocupa que esté saliendo mucho humo del reino de la forja.
Li volteo a ver la gigantesca columna y se preguntó ¿Cómo es que no lo había notado?
«¡El reino de la forja! »Pensó Pi― ¿Que hay en el reino de la forja? No te preocupes, seguro es que están llenos de pedidos y tienen el horno a todo lo que da. Eso también explicaría el retraso.―El anciano rió levemente y tosió, luego le contestó
―Cof, cof. Tu regalo, pequeña. Pi continuaba meditando confundida sin poder adivinar, así pues su maestro continuó― Esté… Pi, ¿Podrías hacerme el favor de ir al reino de la forja y recoger tu regalo? ―Pero antes de que pudiese contestar Li interrumpió
―¿Pero qué cree que este pasando? ―El otro caballo que acompañaba al anciano le respondió.
―No te preocupes, seguro es que están llenos de pedidos y tienen el horno a todo lo que da. Eso también explicaría el retraso. Pero la mirada seria del maestro Solari le dijo a Li que tenía un mal presentimiento.
―Pi, en otras circunstancias iría yo mismo, pero la edad me impide realizar viajes de improviso ―Ésta asintió infantilmente moviendo exageradamente la cabeza― Además Li es el caballo más rápido del reino, estoy seguro que juntos no tendrán… No tendrán ningún problema― Al decir esto, volteo a ver a Li, reafirmando las sospechas de ambos.
Todos guardaron silencio. Silas, el otro caballo, entornó los ojos pensando lo exagerados e imaginativos que eran el anciano y Li. Mientras tanto Pi volteaba a ver a todos tratando de adivinar ¿Qué estaba pasando?
―¡Bien! ―Dijo finalmente Li― ¡pues pongámonos en marcha!
―¡Si! ―Gritó Pi alzando su maltrecho florete― Luego Li paso su cabeza por entre las piernas de Pi, desprevenida, y la levantó sobre su lomo.
―¡Wiiiii! ―exclamó ésta.
―Bien, Maestro, ¡nos vemos en la noche! ―Dijo Li.
―¡Hasta luego! ―se despidió Pi sacudiendo su florete. A la vez que lo hacían Solari y Silas.
―Espero que tengas razón ―habló el anciano
― Ya verá que si, no tiene de qué preocuparse.
Comments (0)
See all