La habitación vacía hacía recordar a un sanatorio o a un centro ocultista. Velas encendidas colocadas en puntos estratégicos, daban una apariencia lúgubre en compañía de la tenue música. Pianos y violines en una sonata suave, le daban el compás de un vals de antaño a Don Carlos; que con traje y corbata giraba entorno a la vacía sala, saludando alegremente al vacío que lo acompañaba.
—¡Carlos Echeverría, el loco de la barbería! ¡Carlos Echeverría, el loco sin vida! —gritaban los niños al pasar.
Todos corrían al observar el rostro de Don Carlos asomarse, pálido y larguirucho como un muerto.
Mas no era mucha la interrupción, pronto, volvería a saludar cortésmente a aquella dulce y simpática soledad compañera de sus sonatas.
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