La ciudad no era tan grande, de hecho era francamente pequeña. Juntos habían pasado grandes momentos desde que empezaron a salir. Hacían lo típico: dar un paseo, ir de compras, ver alguna película en el cine... lo normal en cualquier pareja que está empezando y quiere llegar a conocerse a fondo. Incluso se habían propuesto el objetivo de recorrer hasta la calle más estrecha de su metrópolis favorita, aquella donde los dos vivían y que les había ayudado a conocerse. Por eso la ruptura fue tan dura. No el momento ni la decisión en sí, que había sido tomada de mutuo acuerdo pues habían llegado a la conclusión de que se veían más como amigos que como pareja. Pero toda relación que rompe necesita un periodo de luto, un tiempo sin verse y en el que poder acostumbrarse de nuevo a estar el uno sin el otro. El problema es que en su ciudad la cosa no era tan sencilla. Cada edificio, cada calle, cada escaparate estaba lleno de recuerdos y además a cada vuelta de la esquina era muy fácil que coincidiesen aunque no lo buscasen. Solo había un cine, unas pocas cafeterías, unos pocos parques. Y los mismos lugares para salir a tomar algo a donde iba todo el mundo. No encontrarse era una tarea imposible. Aquel lugar que los había unido no iba a dejar que se separasen con tanta facilidad.
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