El debate había sido de todo menos pacífico y eso que tan solo lo protagonizaban tres personas, además del público asistente. Había empezado con cierta calma, una conversación rutinaria sobre el arte para la que habían contado con tres representantes importantes de las diferentes modalidades. Pero resultó que cada uno de ellos, como también cabía de esperar, tenía una postura radicalmente diferente a la de sus dos compañeros, defiendo a capa y espada su modalidad como si las demás fuesen una deshonra a su trabajo. Sus defensas no eran pacíficas, según la charla se iba caldeando pasaron de hablar con pasión sobre las obras que se encuadraban en su criterio a atacar sin miramientos a sus dos compañeros de mesa, insultando, ofendiendo y despreciando tanto su modalidad particular, su punto de vista, sus ejemplos y hasta a la propia persona. El moderador había dado por perdido cualquier tipo de razonamiento hacía tiempo cuando los tres comensales pasaron de discutir airadamente con palabras a empezar a tirarse cosas. Porque por desgracia los profesionales del arte no son capaces de disfrutar de todas sus vertientes, pues viven de despreciar a las demás.
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