Le dijeron que cuando terminase el juicio y entrase en la cárcel, todo el terror terminaría. Pero ella sabía que no había hecho nada más que empezar. La sentencia fue justa, bastante más de lo que suele ser en estos casos. Vio cómo su agresor se despedía de la luz del sol por última vez en mucho tiempo y entraba a la que sería su único hogar hasta que la justicia lo dictase suficiente. ¿Pero qué pasaba con ella? No había forma de compensarla. Cada noche, cuando se acostaba e intentaba dormir, su mente traía de vuelta los recuerdos de aquella noche cuando caminaba de vuelta a casa, cómo el coche se acercó, cómo el conductor salió y se abalanzó sobre ella, cómo tuvo que defenderse con puñetazos, patadas, arañazos y mordiscos, cómo pudo lograr zafarse a duras penas, cómo llegó a casa llena de sangre en la piel, de suciedad en la ropa, de lágrimas en la cara, cómo tuvo que repetir la historia tantas veces como le preguntaron para que pudieran dar con el culpable, cómo los programas de televisión dudaron de su relato, cómo al final lo capturaron y su foto recorrió los medios, trayéndole a su mente una y otra vez lo sucedido. Nunca podría olvidar, aunque se hubiese hecho justicia, que aunque ese monstruo estuviese en la cárcel, todavía quedaban muchos más en libertad.
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