El perro huyó como si la vida le fuera en ello, y de hecho así lo creía con total firmeza. La lengua se agitaba por fuera de la boca, soltando saliva por culpa de la sensación de la velocidad. En el cuello se agitaba la chapa del collar que le habían puesto sus dueños, con su nombre moviéndose de un lado a otro. Sus ojos no mostraban felicidad alguna, tan solo puro y duro terror. Casi parecía que las lágrimas brotaban de ellos. Sus patas apenas tocaban el suelo con el galope que llevaba. Su cola apenas se movía pues intentaba ocultarla entre las piernas, algo difícil mientras corría. Pero su mente no podía razonar de ninguna forma. Desde hacía unos minutos se había bloqueado y tan solo podía pensar en correr para alejarse del terror que lo rodeaba. Pero no había huida posible. El ruido seguía allí, fuera a donde fuese. Los grandes estallidos se repetían en el cielo con gran estruendo, iluminándolo por momentos de colores grises. En el suelo no había tampoco ninguna salvación porque era como si un campo de minas estuviese explotando a cada uno de sus pasos. Había visto a sus dueños colgar dibujos de perros como él por todas partes, celebrando que este año nuevo ellos eran el animal en el zodiaco chino. Por eso no veía ninguna lógica en someterlos a semejante tortura con los petardos y los fuegos artificiales.
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