Silencio. Nada. Ninguna risa infantil con un toque de locura sintética. Nunca Vis se había ausentado de tal forma, sin imponer control sobre alguna extremidad, reproducir sonidos extraños o molestarme con sus ideas. Completamente muda, casi como si no estuviera aquí.
— Lo que me llama la atención es que te hayas dado cuenta con solo dos días de conocerme. — Otra vez intenté guardarme las manos en los bolsillos, encontrando bolsillos en donde antes no existían. — La mayoría se toman al menos unas semanas para de enterarse.
“Grrrr” gruñó mi estómago. Llevé mis manos al abdomen, que todavía me dolía. No había duda que el traje aumentaba la fuerza de su usuario, aunque no siempre estuviera a su disposición. Vis seguía sin reaccionar.
— Agh. — Agaché la cabeza, todavía afligido por todo lo que pasaba. — Esta ha sido la peor semana de mi vid…
— ¡Mira, un pajarito! — Gritó un niño que pasaba al lado mío. Me giré automáticamente hacia el animal, mas no por voluntad propia.
Ella gritó:
Vis tomó el control. Una canción que no conocía empezó a reproducirse. Sin importar las circunstancias —que no tuviera energía, que mi estómago se quejara por un hambre sostenido por más de doce horas y que los pies me pesaran más que dos bloques de concreto— los edificios y casas empezaron a pasar uno tras otros a una velocidad increíble, mucho mayor a la que ya había experimentado. El traje se hizo más ajustado, especialmente en articulaciones.
— ¡¿Q—Qué haces?!— Exclamé, atónito por la súbita carrera.
— ¡Es un pájaro! — De un solo impulso salté a un perro que dormía tranquilamente en él suelo. Lo miré de reojo, seguro de reconocerlo de alguna parte.
— ¿¡Y que quieres con él?!
Medio día. El sol estaba en lo más alto. Se notaba como las calles se poblaban más y más de gente.
— ¡Es un pájaro! — Repitió.
“¡Bip!” emitió el traje a la altura de la cintura.
— ¿Qué fue eso? — Di un giro brusco evitando a un gran grupo de gente que caminaba por la vereda al costado de la calle.
“Gire a la derecha”. Era extraño, sin duda, escuchar otra voz sintetizada además de la de Vis.
— ¡Es el GPS! — Vis quiso frenar para seguir las instrucciones del GPS, arrastrando los pies por la velocidad antes de hacerlo. — ¡Acabo de recalibrarlo!
— ¡E—Estás yendo un poco rápido Vis! — Advertí. Las maniobras de la IA surtían efecto, pero eran muy bruscas y no golpeaba a la gente por un par de centímetros. De no poder moverse sin mi ayuda a realizar esta carrera ella aprendió mucho.
— ¡Es necesario, el pájaro se nos escapa!
— ¿Cómo es que el GPS nos ayuda a seguir un pájaro? — El freno repentino y la bocina de un auto me pusieron más que alerta. Vis no se detenía con nada. — ¡Cuidado!
Un poco más y el automóvil nos impactaba de lleno. No tuve ni tiempo para pedir disculpas debido a que el traje corrió incluso más rápido que antes. La gente abarrotaba las calles, los autos detenidos en embotellamientos infinitos. Muchos apenas lograban esquivarnos y dejábamos un largo rastro de gente enojada. Lo único que lograba hacer, sin tener el control de mi cuerpo, era sonreír nerviosamente y gritar a todo el que viera que lo lamentaba por sus bolsas caídas, los huevos rotos, ropa nueva en el suelo y más de algún niño con su helado derramado.
— ¡Esto no es por un pájaro!
— ¿¡Entonces por qué más va a ser, cerebrito?!
“Gire a la izquierda por favor”. La velocidad era tal que nos vimos forzados a agarrarnos de un poste en la esquina. Solo gracias a él doblamos y no fuimos directo a un camión de estiércol.
Hm. No. No quería admitirlo. Para nada, especialmente después de todo lo ocurrido… aunque algo estaba cambiando. En medio de la
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[BIZC-8 continuará la próxima semana]
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