Me detuve un segundo apoyando mi espalda en una pared cercana y miré hacia abajo. Mis manos comenzaron a palpar mi camiseta, blanca y holgada. Por fin, tras horas y horas de movimiento ininterrumpido, me di el lujo de preguntar.
— Ejem… — Aclaré mi garganta, tratando de llamar su atención.
Nada.
— Vis, sé que estás ahí. — Tomé una gran bocanada de aire. Ahora que estaba quieto y me daba unos minutos para descansar me daba cuenta de que todo me dolía, en especial los pies. — Di algo, lo que sea.
— El arroz, después del maíz, es el grano más cultivado en el mundo.
¿Ah? ¿Estaba hablando con Vis o con una enciclopedia?
— Tienes más que claro que no me refería a eso. — Me dejé caer al suelo de cemento arrastrando mi espalda por la muralla.
— ¿El primero de julio es el día nacional de Canadá? — Respondió con un tono de duda, aunque claramente estaba jugando con mi paciencia.
Sentí la dureza del concreto, pero tardé en darme cuenta que nunca llegó su frio. Volví a mirar mi ropa — una camiseta y un pantalón deportivo —, nada lo suficientemente grueso como para evitar que percibiera la temperatura del concreto. Puse mi mano derecha en el suelo. Si, definitivamente estaba frio.
— ¿Quién eres, Vis? — Mi brazo se alargó hasta mis zapatos, extrañamente relucientes aun tras todos los problemas y lugares por los que pasamos. — ¿Qué eres?
Sin haber dejado respirar a mis pies por horas — el breve momento de desnudez en el callejón no cuenta — tiré ansiosamente del zapato a mi izquierda. No solo los tenía adoloridos, sino que parecía que tenía un volcán en cada pie. Tiré, pero no moví ni un centímetro el zapato. Lo volví a intentar; nada pasó, se negaba a salir. Tiré otra vez, ahora con más fuerza y decisión, pero solo conseguí tirar del pantalón. Metí mis dedos entre medio del espacio que había entre zapato y pantalón solo para llevarme una sorpresa: ese espacio no existía. ¡Estaban adheridos!
— Si dejas de querer cercenar mi pierna derecha puede que te cuente una cosa o dos. — Su voz dejó de lado el inocente tono de duda para tomar un acento italiano, casi mafioso. — Eso o quizás empiece a reproducir música country ¿capisci?
Levanté ambos brazos, rindiéndome mientras mis pies seguían ardiendo, atrapados en el calzado. Estaba completamente bajo el poder de su voluntad. Ella pareció suspirar, una reacción demasiado humana para algo como ella.
— Te doy tres preguntas.
¿Tres? ¿Solo tres? No me quejo, ni siquiera esperaba que me diera alguna.
— Si insistes con una más te daré un pequeñísimo — Rió como una niña pequeña a punto de hacer una travesura. —, diminuto golpe eléctrico.
— Ahm. Golpe eléctrico.
Era una broma, una amenaza o ambas. No lograba decidirme. ¿Y a qué se refería con “golpe eléctrico”? Probablemente solo probaba mis límites, ver qué tan lejos estaba dispuesto a llegar. No, no debía dejarle ganar.
— Está bien, supongo. — Sonreí de lado, dispuesto a asumir el desafío.
Una moneda cayó al lado de mis piernas, distrayéndome de las preguntas que tenía reservadas para un momento como este.
— Vago, vete a trabajar. — Dijo una señora con cara de asco, vestida con ropas lujosas y un chihuahua en un bolso, mirándome como si fuera la peor escoria del mundo.
— ¡Eh, pero qué…! — Reaccioné sintiéndome completamente ofendido. Levanté mi brazo derecho, dispuesto a pedirle una explicación por el maltrato.
Solo bastó eso para que una mezcla de aromas — de seguro obtenidos en las horas anteriores — se escapara de mi axila, sumándose al olor de mi propio sudor. Todavía no me decido entre “alcantarilla” o “vertedero” para poder definir aquel hedor. De pronto entendí un poco a la señora.
— Báñate, bestia incivilizada. — Respondió antes de irse, indignada por tener que tratar con gente de los barrios bajos.
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[BIZC-8 continuará la próxima semana]
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