Como si ya fuera costumbre, mi cara dio de lleno con otra superficie, pero tras las cachetadas no había magulladuras que pudieran empeorar mi rostro. Esta vez fue una pared de ladrillos que esperaba en uno de los lados del callejón. Ambos brazos quedaron colgando, balanceándose debido al súbito cese del movimiento, y es que de alguna manera seguía “de pie”. Tal y como una tabla, otra vez, me apoyaba de forma diagonal desde mis pies y mi cabeza, siendo mi frente la que me apoyaba por completo en la pared. Otra gota, más sustancial que la anterior, se escapó y dio a parar con el suelo.
— Esto es…— Una furia interna se empezaba a percibir en la voz de chica—. ¡Esto es…!
Los brazos dejaron de moverse, la tensión a acumularse. Una gota de baba cayó al suelo.
— ¡Baaaaaaaaaaaaagh!
El aire agitó mis labios como si fuera viento a ochenta kilómetros por hora. Estaba flotando. No, no… ¡Estaba ascendiendo como si me acabara de disparar de un cañón! De alguna forma, como si fuera magia, me hizo saltar tan alto como nunca antes, o dentro de lo humanamente posible, fruto de su enojo. Quizás cuatro, cinco metros. Mis ojos se abrieron en ese instante, recuperando la conciencia. Solo sé que cuando desperté, entre la confusión de no saber dónde estaba, el que mis pies no sintieran el suelo y la señora que estaba sentada en el baño — mirándome a través de su ventana con una cara que algunos describirían como la manifestación de satán en la tierra — no tenía ni la más mínima idea de qué estaba pasando.
— ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo…? — Pregunté mirando hacia la nada sobre la cual mis pies querían apoyarse.
Definitivamente esta no era la primera cosa rara que pasaba en estas horas, pero competía seriamente por el primer lugar. Mis manos sostenían con fuerza los barrotes de la ventana del baño, única cosa que impedía que cayera. La señora comenzaba a dar miedo al otro lado de la ventana.
— ¿Qué…? ¿Qué hiciste ahora?
— Je… jeje…— Rio nerviosa—. Deberías seguir sosteniéndote ¿Okay? Estamos aproximadamente a seis metros del suelo y no he practicado para nada con el sistema de amortiguación.
— Oh—. Tensé algo los brazos, aunque no era del todo necesario. Ella hacía la mayor parte del trabajo—. No creas que me olvidé de la pregunta.
— Es que…
La señora apretó el botón del inodoro, liberando la carga de agua que se llevaría… eh… ya sabes.
— ¿No habías mencionado que tenías un sensor de amenazas? — Pregunté mientras sentía los pasos pesados en la cerámica más allá del vidrio. Un extraño cosquilleo en el cuello me ponía alerta.
— Sí, claro que sí—. Afirmó con cierto orgullo—. ¿Por qué preguntas?
— ¿No recibes alguna lectura extraña? — Pregunté con nerviosismo y mis ojos fijos en la silueta que se movía en nuestra dirección—. Una señal, intuición, notificaciones, no sé. ¿Cualquier cosa?
— ¿Qué? ¿Pero qué dices? ¡Ya te habría dicho si ese fuera el ca…! — Y se interrumpió cuando un pequeño pitido comenzó a sonar—. Ah, ya entiendo.
Suspiré. Una semana de dementes.
— ¿Grado de amenaza? — Inquirí resignado.
— Dos, digo tres—. Pasó un segundo antes de que con un poco disimulado “Uh…” continuara—. Cinco, definitivamente cinco.
— Bien—. Traté de mantener la calma—. Necesito que me digas cómo bajar.
— Podrías intentar soltarte, pero…
— Ja. Soltarme—. Respondí ante lo que asumí era una broma de mal gusto.
— Yo no veo un jet pack por aquí, así que solo puedo ofrecerte una solución...—. Admitió con una sinceridad que aterraba.
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[Bizc-8 continuará la próxima semana]
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